El neoliberalismo, mientras algunos
seguíamos soñando nuestra utopía, optó por deslocalizar sus empresas y fábricas
para servirse de las ventajosas condiciones de explotación en esos países del
llamado Tercer Mundo y mantener así su “competitividad”, pagando menos por el
trabajo allí de lo que deberían pagar, civilizadamente, en Europa.
Después de ir ganando allí
aquella batalla, la de “minimizar” costes de producción sirviéndose de mano de
obra barata y sin derechos, el neoliberalismo pasó a la fase del Efecto Bumerán
con habilidosa maestría. Lo que ellos habían provocado, lo volvieron contra
nosotros mismos aquí. Nos dijeron que en un mundo globalizado, si queríamos
estar a la altura de la producción de los países emergentes, teníamos que
flexibilizar nuestros trabajos y rebajar nuestras expectativas sociales aquí,
en Europa.
La lentitud (o inexistencia) de
avances democráticos y sociales en China, India, Brasil, Sudáfrica, Rusia,
etcétera... nos hizo creer que nunca llegarían. Y entonces en un nuevo
retruécano neoliberal, llegaron más allá y ahora nos quieren vender que la
supervivencia de la Unión Europea
pasa porque im portemos a Europa las condiciones laborales y sociales de
aquellos países hundidos en la desigualdad y la miseria. Tenemos que brasilizarnos, como dice Ulrich Beck
Realistas, nos dicen que debemos
ser. Pero no querer renunciar a metas ambiciosas como seres humanos no es dejar
de ser realistas. Bien realistas son algunas propuestas concretas que llevan
años esperando el pundonor de la sociedad. La Tasa Tobim , quince años
casi en el cajón de la utopía, cuando es tan factible (véase que ésta es una
utopía realista, no una utopía totalizante antiglobalización que postularía la
prohibición de los movimientos financieros especulativos internacionales per
se). Claro que de algo como la Tasa Tobim
deberíamos recordar a Schopenhauer, que dijo: “Toda verdad pasa por tres
etapas: primero se la ridiculiza, después genera una violenta oposición y
finalmente resulta aceptada como si fuera algo evidente”.
Mientras tanto, el neoliberalismo
seguirá intentando convencernos de que sólo hay una salida. Y la hará patente
en su reforma laboral para precarizar el trabajo en beneficio de la crisis.
Pero claro, el objetivo último de esa visión del trabajo posible en Europa es,
una vez más, como en tantas otras cuestiones de la realidad social, crear
inseguridad, hacernos vivir en el miedo. El miedo vuelve al hombre sumiso. Si
acabamos todos convertidos en menesterosos, suplicantes, consideraremos el
trabajo un lujo, cuando es un derecho. Pero así, valiéndose de una infección
mundial de miedo, nos querrán transformar a todos en esos viajeros de avión que
en el aeropuerto aceptamos humillados las vejaciones que hagan falta para que
no nos saquen de la fila de embarque.
De todos modos yo aún sigo
confiando en que habrá revoluciones en todas las latitudes. Sigo creyendo que
miles de millones de personas que en el mundo viven en la miseria, más
acostumbrados a ver morir a sus hijos en la hambruna y por falta de salubridad que
a salir a flote, un día reclamarán a sus gobiernos la dignidad que les
corresponde como seres humanos, como padres y madres, como trabajadores...
Un día se levantarán para exigir en sus
países que la sanidad, las
pensiones, la educación y el trabajo son derechos, no mercancías y
entonces la globalización será, aquí y allá, un verdadero fenómeno de justicia
e igualdad.
Me sumo a tu deseo, Capitán, como imagino que se adhiere la mayoría de los mortales con cuarto y mitá de conciencia grupal; el Solidario Despertar del Apestado. No obstante, dado el guión de la película, me temo que lo nuestro, por histórica desgracia, no es más que una UTOPÍA de almas misericordes. Todos soñamos con Ítaca a pesar de su lejanía, su pobreza. Pero esta enfermedad neoliberal es virulenta y los individuos somos inmuno deficientes. La ceguera a la que aludía en su obra Saramago es un efecto lateral, colateral y sustantivo. Baste el ejemplo del muchacho que hace cola para obtener su Ipad aún sabiendo de antemano la cadena de explotación que esconde en las entrañas semejante aparato. O el trapito de madam quince veces por debajo del precio de ese otro vestidito original made in Tarrasa. O el modelo reluciente de esas zapatillas cuyo logotipo rebasa en el mercado los cien euros y en el forro de las suelas esconde una impresentable industria demoniaca, o aquel o ese otro y ese otro más, todos ejemplos que atacan a la muchedumbre en el producto interior bruto de su bolsillo mientras pone coto al cerebro del usuario sobre la oscura procedencia del producto. ¿No seremos nosotros, ciegos comensales, los más aférrimos potenciadores del neoliberalismo, comprando como churras y merinas marcas de prestigio sudadas con la piel escarnecida del asalariado esclavo?. Asusta el inmovilismo categórico, el televisivo y vasto silencio de los corderos. "Cuando reflexionemos sobre nuestro siglo XX, no nos parecerán lo más grave las fechorias de los malvados, sino el escandaloso silencio de las buenas personas", fantástica instantanea tomada por el brujo Martin Luther King.
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