Leyendo otra enésima obra maestra de Romain Gary (“Las cometas”, estremecedora novela sobre la Resistencia en Francia en la II Guerra Mundial, libro cargado de sabiduría, sensibilidad, visiones contrarias a cualquier apriorismo y cualquier prejuicio, como siempre en todos los textos de este genial autor), pensaba en qué fácil es tranquilizar la propia conciencia de uno diciéndose a sí mismo ante diversas situaciones que no se puede hacer otra cosa que lo que todo el mundo hace.
Pero no, los grandes siempre son capaces de rebelarse ante
lo “posible”, lo “normal”, lo “esperado”, el “no se puede hacer otra cosa”…
En la Francia ocupada por los nazis pronto, muy pronto, una
gran mayoría de franceses aceptó la
invasión y miró para otro lado cuando empezaron las purgas, las deportaciones,
el Holocausto (no todos los campos de concentración en los que se gaseó a
judíos y otras personas estaban en la lejana Polonia, también en las afueras de
Estrasburgo, por ejemplo, cosa sabida por todos ya entonces). Muchos otros franceses
no sólo se refugiaron en la inacción y el “nada puede hacerse”, sino que
incluso colaboraron con encendido entusiasmo fascista en delaciones, denuncias,
asesinatos. Al menos también algunos se unieron al movimiento del maquis y la
Resistencia echándose al monte a combatir a los nazis.
Pero además unos pocos, sin otra arma que la de la fortaleza
moral, se rebelaron ante el “nuevo orden” instituido por los nazis.
El pueblo de Le Chambon-sur-Lignon será eternamente ejemplo
de cómo siempre se puede decir no cuando tu fortaleza espiritual está por
encima del egoísmo, la desidia y la miseria humana.
André Trocmé, pastor protestante, fundó con su esposa Magda y
el pastor Edouard Theis una escuela en los años 30 en el pueblo. Daniel Trocmé,
primo de aquéllos, fundó otra.
En octubre de 1940 llegó una orden de Petain que imponía la
ceremonia del homenaje a la bandera con el saludo fascista. Los Trocmé, Theis y
Roger Darcissac, director de la escuela de André, decidieron iniciar su
resistencia pacífica al régimen de Vichy y a los nazis alemanes. No obedecieron,
y a partir de ahí multiplicaron los actos de desobediencia civil hasta más allá
del heroísmo.
A partir del invierno de 1940 empezaron a recibir y proteger
a judíos perseguidos. Un año después y ante la llegada de más refugiados,
Trocmé propuso al pueblo convertir a Chambon en ciudad de refugio. Crearon una
Casa de Refugiados para alimentar, vestir, proteger y acoger a los que huían, y
aceptaron en las escuelas a los hijos de los deportados (estaba prohibido que
los niños judíos fueran al colegio, pero ellos desobedecieron).
Llevando el pueblo a la práctica una “simple” estrategia (tan
insensata en aquellos días en que la vida no valía nada): "vencer el mal
con el bien", hasta cinco mil refugiados fueron escondidos en cocinas,
establos, mansardas, bodegas o sótanos y el pueblo se convirtió en una aldea de
refugio eficaz pese a las constantes amenazas nazis. Cada grupo de refugio actuaba
separadamente de los demás. Así, si la policía torturaba a un responsable, éste
no podía revelar nada que destruyera toda la organización. A pesar de ello,
algunos miembros fueron detenidos y ejecutados.
En 1943 fueron encarcelados en el campo de concentración de Saint
Paul d´Eyjeaux, André Trocmé y Roger Darcissac. En 1944 los nazis descubrieron
que Daniel Trocmé tenía niños judíos en su escuela. Inmediatamente deportaron
al pastor y a los niños al campo de exterminio de Majdanek donde fueron
asesinados todos. Daniel fue condenado por esconder a los niños judíos,
torturado y gaseado. Nada de ello hizo claudicar a los habitantes de Chambon en
su decisión de resistir.
El coraje de toda una población que dijo no mientras los
demás agachaban la cabeza permitió salvar la vida de 3.000 personas.
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