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Destruir no es crear. Ni viceversa. Cierto que transformando
algo, una piedra, una palabra, se puede generar otra realidad nueva, creada.
Una escultura, un poema. Pero la destrucción por sí misma no conduce más que al
desprecio del patrimonio común, a reforzar ese sentido de ser amos de la
naturaleza y permitirnos maltratarla porque es nuestra y nada más.
Pero fijémonos que hasta Cioran, paradigma de una filosofía
de la autodestrucción, en su afán intelectual por demoler el mundo de los apriorismos
y prejuicios que él había heredado, cuando escribió sus desesperados “Del
inconveniente de haber nacido” o “Breviario de podredumbre” no dejó de hacerlo
a través de un nihilismo constructivo que generaba otra verdad, no simplemente
la aniquilación inane de la anterior visión del mundo.
Y lo que es más, detrás del papanatismo del que es prototipo
ese “Destroza este diario”, ¿no subyace una explicación al interrogante de
tantos que no aciertan a comprender los trastornos crecientes del
comportamiento de algunos niños? La falta de respeto por todo y todos; la
desobediencia como valor supremo sin nada que lo sustente… Y luego algunos de
esos niños acaban atiborrados a pastillas. Calmantes seguidos de antidepresivos
en un ciclo inducido de subidas y bajadas de sus estados de ánimo. Farmacología
al servicio del atajar el síntoma sin recapacitar en el origen del foco
infeccioso.
¿Qué aporta la pose impostada de libros como el que critico
en mi incomprensión de hombre “demodé”? Nada en absoluto, apenas la estulticia
universal, sabiamente aliada con técnicas comerciales de la más baja estofa
capitalista.
Así, grandes libros para niños viven en la sombra de las
estanterías esperando sin fortuna las manos infantiles que los descubran. Y sin
embargo, malsanos textos como el de “Destroza este diario” forran a su autor y
su editor, aliados con la mediocridad y la obsesión occidental contemporánea
por el esperpento.
Parece que el hecho sea que vivimos unos tiempos de
aburridos, de extenuados que se creen haberlo hecho y vivido todo y que buscan
en lo grotesco y lo extravagante lo único que puede sacarlos del abotargamiento
de sus excesos. Tanto mamarracho dándoselas de artista. Tanto espantajo espectador
creyéndose posmoderno por alabar estos adefesios.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgFBarhyphenhyphenmHeOZk-eNZIOA9wh_RRx6jVOVQLtPaeeVm_ofG5K7K2tvJsKyKqg-eWWVUIYWZYPCs3fykIC3ThgrKQJdoBbvK4-VaS3SQVb72k83CJUsbXGKZg5l5j2fBON5HS7RpTlPrkIDI/s200/20180926_152301.jpg)
Y más preocupante me parece todo esto porque no es nada
nuevo. Ya hace diecisiete años publiqué unas reflexiones relacionadas con este
especie de síndrome de la posmodernidad que, creo, vienen a cuento otra vez
aquí:
“He caído en el desaliento una vez más, en la desconfianza
en la especie humana, porque vuelvo a comprobar el enfermizo gusto por lo
monstruoso, lo deforme, lo ‘freak’,
las excentricidades sin valor. Esos que adoran ver pequeños, diminutos fetos
atestando botes de farmacia en su formol en una exposición “de arte”. Esa gente
a la que le hacen gracia las cenizas que quedan de un millón de hombres
incinerados en un campo de concentración.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhnHGSNr1nwaBq1YZpZoyJg2XMovBc7M9eu4fDlu3pXfU4vYjVVbbs9WxCJMUikPnydKGahECV9iTo6PNpzT0irPTPr_cN8outQTyKeFdJ4pr_xbu7-VVdxkO-Bo2KTJ7u1jfOqd6T0NIg/s200/20180926_151827.jpg)
Porque así se sienten a salvo de
su propia mediocridad, la de gozar con el horror y creerse inmunes y
superiores. Y engrosan el patrimonio de su vil e ignominiosa existencia con
esos espectáculos, como si su afán de quince minutos de gloria se satisficiera
identificándose con el más imbécil interno del “Gran Hermano”.
Uno, a la luz de esto optaría por
la pronta desaparición, pero gracias a Dios existen otros que me redimen de mi
propio cansancio, mi escepticismo, mi desánimo. Son aquello luchadores contra
el absurdo que se empeñan en la belleza a veces inútil de sus gestos/gestas sin
recompensa, son los que te citarían a A. Szerb que, antes de morir en un campo
nazi, dijo: ‘sólo importa el momento,
porque un momento verdaderamente hermoso no termina nunca’.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjthVvwj_bsaj9gT6JQ5CM6JZVGNYYNUSChGUYOvG3qv0rkVQRfn2slNG_azfem6AlBpa3UVV48EPM2ieSXl4GnkZLVVbAsGlX0KoF-1XKgW8axIdgiDIc72eXVeTEim5731uTjZpMvBes/s200/20180926_151715.jpg)
Pero hoy, cuando veo que han
trascurrido tantos años y vamos a peor con libros de éxito para niños como el
que he traído aquí, pienso que todo está perdido y que así nos va, me temo. Y
me embosco. Lejos.
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