“Para cualquiera que
acaricie la idea de que existe alguna bondad espiritual inherente en los
artistas de gran talento, la época de Stalin y Hitler supone toda una
desilusión. No solo fracasaron los compositores a la hora de alzarse en masa
contra el totalitarismo, sino que muchos le dieron activamente la bienvenida.
En la batalla campal capitalista de los años veinte se habían enfrentado a la
cultura de masas con la ayuda de las tecnologías, que introdujo una nueva aristocracia
de estrellas de cine, músicos pop y celebridades sin cartera. Tras depender
durante tanto tiempo de la Iglesia, las clases más acomodadas y la alta
burguesía, los compositores se vieron metidos de repente en la Edad del Jazz y
sin apoyos claros. Algunos empezaron a soñar con un caballero político de
armadura resplandeciente que llegaría para socorrerlos…
“Los dictadores
representaron ese papel a la perfección… expertos en jugar con las debilidades
de la mente creadora, ofrecían la seducción del poder con una mano y el miedo a
la destrucción con la otra. Uno tras otro, los artistas se ponían en fila…
“… marcó el comienzo
de la fase más depravaba y trágica de la música del siglo XX: la absoluta
politización del arte por medios totalitarios…”.
(“El ruido eterno”, Alex Ross, Seix Barral 2009).
Bueno, desgraciadamente, pareja depravación encuentro yo en
el arte contemporáneo de finales de un milenio e inicio del otro. Solo que el
papel de los “dictadores” lo ha usurpado ese tirano universal que hoy llamamos
Mercado.
Observar a tantos creadores plegarse a las exigencias
comerciales, autocensurarse, someterse a la complacencia; arrodillarse para la
prebenda, la subvención, el amañado premio; acallar su propia (hipotética) voz en
aras, simplemente, de tener eco, salario, fama… produce una penosa vergüenza.
Y una infinita pena. Porque cada época de la Historia es
recordada en el futuro a través del canon (musical, literario, artístico,
audiovisual…) instituido. Pero el de hoy lo conforma interesadamente esa (mala)
suerte de “establishment”, los ignaros conglomerados mediáticos, que monopolizan
la creación en cadena bajo perspectivas de puro neoliberalismo cultural
fordista.
Así que, en un no muy lejano futuro, estos, nuestros años,
aparecerán en los libros de texto como un páramo de la creación y la
autenticidad… No una Edad de Oro, sino una Edad del Clon. Todo igual, todo lo
mismo. Todo prescindible.
© imagen: www.canstockphoto.es
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