En tierra de corrupción, sí, que no de promisión. He
intentado durante más de veinte años mantener a flote un mínimo de esperanza y
escepticismo ante lo que día tras día se hacía patente, la corrupción
generalizada en este país. Pero ya no puedo más.

Toda esta interminable Historia con la triste mayúscula de
lo endémico ha terminado por extenuar mi esperanza. No se trata siquiera de
corrupción política, de financiación ilegal, de ambición o latrocinio
empresarial. Se trata de un ecosistema completo en el que el engaño, el fraude,
la estafa son el modo de vida de una clase satisfecha y autoconvencida de ser
la triunfante en este país. Fontaneros que se niegan a hacerte una factura con
IVA, grandes superficies que extorsionan a sus proveedores, alcaldes que se
llevan en una comisión tanto dinero como para hacer diez bibliotecas,
funcionarios que no funcionan, ministras que no ven un jaguar en el garaje de
su casa, tonadilleras que se imaginan que el sueldo de un alcalde da para ser
multimillonario, artistas que demuestran todo su arte en la busca y captura de
subvenciones idénticas aquí y allá para sacar a la luz obras desprovistas del
más mínimo talento, multinacionales que pactan precios a espaldas de sus
clientes, profesores que no se preparan una clase hace quince años, conductores
que no tienen seguro, familias que falsean su declaración de renta, su padrón,
hasta el número de hijos que tienen, o que se divorcian y se vuelven a casar
todo para llevar al niño a los jesuitas, directores generales sin cualificación
que no dirigen, ecologistas que conducen todoterrenos por Madrid, empresarios
que defraudan a Hacienda, que engañan a sus trabajadores, que explotan a los
jóvenes y no tan jóvenes, agricultores y ganaderos que engordan las vacas de
sus beneficios con antibióticos… No es un síntoma, es un sistema, el sistema de
la ausencia total de valores.
Y sí, claro, también hay gentes honradas, seguramente hasta
habrá más que facinerosos, pero ya no cuentan. Unos porque se llevan su
dignidad a la tumba del silencio, y siendo, si es que son, tantos, sin embargo
no se ve que cambien nada en las urnas o en la calle. Otros porque su honradez
se basa en la ausencia de ocasión, y cuando se les da la más mínima oportunidad
me temo que también la toman para corromperse. Otros porque claudican y
renuncian a aguantar más siendo el último tonto de la clase y deciden al final
hacer como todos los demás, aunque sea tapándose la nariz, sin convicción, por
despecho, o por agotamiento.

Pero una cosa es la imperfección y otra la absoluta y
radical maldad, la animalidad desconocedora de toda ética. Sea entonces la
cuestión cambiar la sociedad por un zoológico, el parlamento por un muladar, los
tribunales por un parque temático, el gobierno por un teatro de monólogos, la
bolsa por un bingo, los empresarios por un circo… y dado que la moralidad ciudadana parece ser cosa de ficción que jamás existió, hacer con ella unos vistosos juegos de artificio, una muy hispánica mascletá, y volver a empezar de cero, a ver si a la segunda sale mejor este
experimento que algunos aún llaman España.
Esta vez, no puedo estar más de acuerdo con vos... Ni un post it!
ResponderEliminarBuen día caballero incorruptible