Los gordos. Los gordos tendrían que pagar más impuestos. Algunos el doble, digo yo, porque mira que ocupan. Y qué decir de los inválidos y los tullidos, que se nos va un dineral poniendo altavoces en los semáforos y rebajando las aceras y todas esas vainas, total, para nada, porque luego casi no salen de sus habitaciones, que eso es lo que deberían hacer siempre, quedarse en sus casitas y ya está, como yo cuando tengo gripe.
No sé, estamos viviendo unos
tiempos tan paternalistas y blanditos que da un poco de grima. Como si a los
demás nos hubieran regalado las cosas. A mí, sin ir más lejos, de nada, de “n-a-d-a”
me sirvió que mi papá fuera presidente de Telefónica con Franco. Jamás me
aproveché yo de eso. Además, a quién le iba a importar mi abolengo, por cierto y
excelso que fuera, cuando ingresé en la Yuniversity of Jarvard, o después de
doctorarme en la Babylon Superego Centre de Chicago, o cuando empecé a trabajar
en el despacho de abogados Beagle, Shyster & Beagle...
Pero los mediocres, que son
siempre unos envidiosos, seguro que van diciendo por ahí que todo fue gracias a
los enchufes de mi padre… como a él le salía gratis hacer una llamadita...
Pero nada de eso, que lo mío
me ha costado conseguir el puesto y todo lo demás que poseo. Y tengo que pasar por
lo que paso, que ayer mismo estuve ‘tope de estresado’ con lo de mis acciones. Por
acciones no quiero decir lo que hice ayer, claro, sino lo de que mis títulos
perdieron en Bolsa un tres por ciento por culpa de que en la ONU han aprobado
un tratado internacional para controlar la venta de armas. Habrase visto.
Indefensos nos quieren. Con lo que puede suceder con todos esos de las pateras
llegando aquí por la cara.
Menos mal que en la familia
siempre me enseñaron a arriesgar y a no ser un mariquita (la repanocha, que
ahora dicen que es un orgullo ser un invertido y hasta pueden casarse y lo
llaman matrimonio, sí, hombre, igual que el mío con Patricia Claudia en los
Jerónimos), así que llamé a Borja y nos lanzamos a comprar unos yenes en
Internet y ¡zas!, al cambio que daban en Frankfurt, no sólo recuperé lo perdido
por el desplome de mis acciones en la empresa de armamento, sino que me ha
sobrado para compararle otro coche a mi mujercita para celebrar su curso de
cocina.
Y por eso, porque las
ganancias son mías y lo mío me cuesta conseguirlas, (mis disgustos, mis
sinsabores, mis intranquilidades) me niego a que me las expolien para dárselas
luego regaladas y en especie a esa retahíla de vagos en el paro, a esa horda de
maleantes menesterosos de la seguridad social que se creen que el dinero llueve
sin trabajarlo. Que hay que currar, señores míos... ¡Pero qué se puede esperar
de este país, ‘país’ lo llaman, en el que hace unos años hasta tuvimos que
importar negros, sudacas y moracos para que hicieran nuestro trabajo! Y ahora
que ha venido la crisis todavía se quieren quedar aquí mientras los españoles
de toda la vida de Dios se tienen que ir a Alemania. ¡A dónde vamos a llegar!
Y esto ya no hay quien lo
arregle... como campea a sus anchas la
moda del ‘pobrecitos los parados, pobrecitos los tontos’… ¡Qué parados, ni qué
nada! ¡Al campo, que se vayan a Almería, que ya verán si hay peonadas que dar!
Pero claro, es mucho mejor quedarse en casa esperando la sopa boba del subsidio
del Estado, y si vienen mal las cosas, pues asaltando una farmacia o pegándole
un tirón a una señora de las de bien de toda la vida... ¡Que no me ocurra a mí con
mi mujer, que no respondo, cojo la escopeta y me organizo una montería que ni
la de Semana Santa el año pasado en casa del Conde cuando nos cobramos ciento
sesenta y dos ciervos en un solo día!
Lo dicho, si está muy claro,
aquí no habría más que hacer que lo de al pan, pan y al vino, vino, y que cada
cual coseche lo que haya sembrado, que todos nacemos del mismo Dios, hasta esos
mamarrachos que van de ateos. Todos tenemos las mismas oportunidades. Lo que
ocurre es que algunos las sabemos aprovechar sacrificándonos y arriesgándonos,
e hincando los codos, y otros se dedican a rascarse la barriga como inútiles
cigarras venga a pedir becas, ¡becas!, y luego van de cinco pelado y te dicen
que es porque tienen que trabajar por la tarde o cuidar a su madre vieja o
madrugar más porque van en metro. Pues que pidan un préstamo como hice yo en el
banco para comprarme el Golf.
¡Vaya, qué acidez de estómago
se me ha puesto con tanto disgusto! Nada, que voy a tener que apagar este
purito. Y encima ya ha llegado el chófer de mi padre... Bueno, de pelotazo el
coñac y de vuelta al banco de mi tío. Con lo feliz que sería yo vendiendo
pañuelitos o haciendo malabares en los semáforos, no te digo...
(fotos elclarin.cl, narom.org y wikipedia)
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