You can fool all the people some of the time, and some of the people all the time,
but you cannot fool all the people all the time.
(Abraham Lincoln)

jueves, 26 de abril de 2018

Decadencia y muerte del (fugaz) imperio americano



Miro las imágenes de inmensas metrópolis de los Estados Unidos de Norteamérica (EEUU), como Detroit, convertidas en eriales casi apocalípticos (a veces parecidos a ciertas ciudades sirias asoladas por las bombas). Por sus destartalados suburbios deambulan vagabundos, buscavidas y hampones junto a personas, en triste mayoría, que desgraciadamente representan la mayor mediocridad de la naturaleza humana, desprovistos de las más elementales virtudes, ignorantes de cualquier ética, exiliados de su propia civilización.
También visito otros lugares que pretenden apuntalar la fantasía de que los EEUU se mantienen en la primera línea de la modernidad. Pero tras el cansino oropel de sus comerciales artistas, de los escaparates de objetos de mediocre lujo y de coches como tanques, lo que brilla es la oscuridad. La de las bolsas de basura tiradas por doquier, la de la suciedad ubicua, la de las antiguallas tecnológicas (esos interruptores de la luz en los hoteles y en las casas, esos electrodomésticos de diseño prácticamente soviético…), la del penoso transporte público, la del atraso petrolífero de espaldas al sol y al viento…
Creo que no quieren darse cuenta y aceptar que la debilidad de lo público es, entre otros factores, lo que ha llevado a la decadencia imparable de EEUU. El desprecio por los servicios públicos, por la fuerza de la comunidad organizada, ha devenido en el abandono y la depauperación de una sociedad marchita. La entronización del individualismo, el papanatismo ante el supuestamente humilde emprendedor que trabajando (aunque más a menudo que nunca delinquiendo o defraudando) consigue ser millonario: icónica imagen del sueño americano. Poco de sueño, mucho de solo americano. Porque todo ese opaco resplandor de neones de pleistocénica generación apenas enmascara ya la caída del inane imperio, el triunfo imparable del crepúsculo. Éste sí muy crepúsculo y totalmente americano.
Es esta mi percepción: que EEUU, no es que esté en los albores de la decadencia de su efímero imperio sino en pleno desmantelamiento del mismo. Por mucho que su poderío militar, su armamento capaz de destruir el planeta varias veces, haga que la nación boquee en la quimera de creerse un imperio aún reinante, no son ya sino escombros. Cascotes cuya capacidad de interlocución en la esfera internacional se reduce día a día. Su pretendido liderazgo, EEUU no puede ya ejercerlo sin el permiso de otros.
Además, lo peor es que creo que muy poco de lo que fue su fugaz imperio se recordará dentro de mil años, pues ha sido un poder anodino y bárbaro sin legado cultural. Al menos comparándolo al de otros imperios en la historia (el español, hablando de lo más cercano a mí, duró varios siglos y nos dejó, por dar un solo ejemplo, “El Quijote” de Cervantes).
Ahora, la gran pregunta sería: ¿qué imperio es el que ya está tomando las riendas de la Historia? Pocas dudas puede haber al respecto.
Así, a la luz y sombra del último encontronazo comercial entre China y EEUU, harían bien Trump y futuros presidentes del renqueante imperio americano en recordar el mensaje de advertencia que Quianlong, el gran emperador manchú de China, envió en 1795 al rey Jorge III del Reino Unido: “Al dominar el ancho mundo no tengo más que un objetivo en mente, y es este: mantener un gobierno perfecto y cumplir los deberes del Estado. Los objetos extraños y costosos no me interesan […]. No necesito las manufacturas de su país […]. Le corresponde, Su Majestad, respetar mis sentimientos y mostrar incluso mayor devoción y lealtad en el futuro, para que, con la perpetua sumisión de vuestro trono, aseguréis en lo sucesivo la paz y la seguridad para vuestro país […]. Nuestro Imperio Celeste posee todas las cosas en prolífica abundancia y no carecemos de productos dentro de nuestras fronteras. Por tanto, no había ninguna necesidad de importar manufacturas de bárbaros extranjeros a cambio de nuestros productos […]. No olvido la remota lejanía de vuestra isla, aislada del mundo por grandes extensiones de mar; tampoco ignoro vuestra excusable ignorancia de los usos del Imperio Celeste […]. Obedeced temblando y no deis muestras de negligencia”.
Ahí queda eso.

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