You can fool all the people some of the time, and some of the people all the time,
but you cannot fool all the people all the time.
(Abraham Lincoln)

miércoles, 22 de julio de 2020

Modas a modo



Soy lo peor. Lo sé. Lo confieso: a mí me privan los azúcares propios, añadidos, galácticos, mediopensionistas. Lo que no soporto es el sabor light ese de aspartamo u otros edulcorantes artificiales químicos sucedáneos. A mí el gusto de caña de azúcar o remolacha me alegra el día, la tarde y la noche en todas su formas conocidas.
No me estigmaticen por tamaña incorrección ciudadana contemporánea. Solo a la altura de criticar fanatismos de género religioso o de religioso género. No me injurien aún por mi insolidaridad con los que sufren obesidades y morbideces varias.
Lo cierto es que este cincuentón, muy avanzado ya hacia la sesentena, tiene las mismas probabilidades de que me engorde el azúcar que cualquier otro (genética –ese moderno nuevo fundamentalismo- aparte). Lo que ocurre es que mi actividad diaria, laboral, familiar, deportiva, consume el posible exceso de azúcares en mis asadurillas. El problema, por tanto, no es la sacarosa, sino el sedentarismo de consola; la poltrona de pantalla; el coche para ir al estanco de la esquina; el alcohol de aplatanado en el bar las 24 horas de Le Mans…
Por no hablar de lo que es de verdad malo de la muerte: las estrategias y maniobras comerciales de unos y de otros. Confío vivir los años suficientes para que dentro de un decenio nos atiborren de anuncios con las virtudes indispensables de tomar azúcar para vivir como es debido, como es “devida”. En fin, como sucedió con el aceite de oliva, que era malo cual bubónica peste en los años 80 y hoy esencial para ser longevo y simpático. Lo mismo los huevos, atractores de toda enfermedad imaginable hace un tiempo y hoy otra vez saludables a diario cual agua bendita.
En fin, deseoso de contar, sino con vuestra imposible absolución, sí con un cierto conformismo, conocedores como sois de mis muchos pecados de humano procedente de otro siglo, a la fotografía de las rosquillas que me he abrochado esta mañana añado otra, trisagio mediante, de las lubinas al papillote que cociné ayer. No se tome en consideración en esta foto la mucha sal echada que se ve. Para compensar puse cuatro cabezas de ajo por pescado, o sea que estoy libre de todo mal. Dicen. Al menos hasta la merienda. Aún me quedan rosquillas. Por poco tiempo, eso sí…

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