En épocas de naufragio espiritual se suceden los dioses unos a otros vertiginosamente. Así, la última deidad moderna se llama Big Data. Hijo de Internet, ha expulsado a su padre de lo más alto del Olimpo. Ahora todo parece regirlo el Big Data y sus apóstoles, en esta religión llamados Algoritmos. Son ellos infalibles. Y únicos en su infalibilidad.
Como toda religión única, revelada y que se autoconsidera la
Verdadera, ha desterrado al exilio a cualesquiera apóstatas, convertidos de la
noche a la mañana en herejes que merecen, sino la muerte, sí el ostracismo.
Así ha caído en el infinito descrédito la intuición. Pero con
echar un vistazo a la Historia de la Humanidad se constata la intuición ha
acertado y acierta infinidad de veces. Y normalmente en las circunstancias más
extremas y necesarias de los conflictos del hombre. Además lo hace con pocos “datos”
porque la intuición de algunos puede que no sea capaz de sumas imposibles, pero
sí lo es de conjugar sin reglas, leyes ni hojas de cálculo, una semántica no
solo de unos y de ceros, una semántica en la que se entremezclan recuerdos,
experiencias, percepciones y emociones, consejos, contradicciones, mentiras
transitorias o piadosas y visiones. Todo aquello que no puede contenerse en
cifras y algoritmos.
Porque sí, un algoritmo te dirá que las pamemas que suelta
un “influencer” en sus diez segundos de vídeo colgados en una red social son la
Verdad porque ha sumado en un nanosegundo que lo han visto exactamente
7.078.645 personas. Además, el apóstol Algoritmo es capaz de decirte a qué hora
lo ha hecho cada uno, combinarlo con lo que se come a esas horas concretas en
los restaurante de comida rápida cercanos y acabar por deducir que el próximo
otoño se llevará el color verde. Claro que solo por decir “en otoño se llevará
lo verde”, ya muchos millones de aburridos iletrados lo rebotarán en sus
propios comentarios en el mundo del eco infinito que es Internet, y al final el
verde será el color de moda este noviembre. Profecía autocumplida.
Pero en el universo de la mediocridad es natural que el
ídolo supremo al que adorar sea el más simple, el que se limita a numerar hasta
la náusea, no aquel que te sorprende en las inconsistencias y contradicciones
del ser humano. Las mentes que confunden la rapidez de cálculo o la capacidad
de sumar infinitas series de números en matrices inabarcables pueden entonces fingirse
a sí mismos que dirigen el rumbo de los hombres, y hacerlo de verdad, con la colaboración necesaria de comerciantes sin
escrúpulos.
Pero cuanto menos tienes que pensar más fácil es dedicar
maquinalmente tus habilidades mentales a ejercitar operaciones de sumatorios. Porque
para sumar hay que tener una destreza, no capacidad de comprensión. No es lo
mismo ser listo que inteligente, decía mi padre. Y hoy hay demasiados listos
que no dejan brillar a los inteligentes, a los sensibles, a los intuitivos.
Y ahora, hablando de sensibilidad y de emoción: pensemos. Si
un “poema” puede escribirlo hoy cualquiera de la caterva de marwanes que la
tierra invade, ¡como para que no pueda hacerlo una máquina! Pero el Quijote no
hay artefacto que lo escriba; y los quince versos del poema (poema sin
entrecomillado irónico) Peregrino de
Cernuda no estarán jamás al alcance de una retahíla de bits.
En todo caso, es batalla perdida. El talento de aquellos verdaderos
profetas sin tierra que con sus intuiciones llevan fogonazos de iluminación a
las remotas oscuridades humanas, están proscritos, nadie los atiende, todo el
mundo los desprecia y se mofa de ellos mientras inclinan la testuz y, rodilla
en tierra, alaban y adoran a la máquina que les dice que la próxima película
que les va a gustar es la que tiene el mismo happy end de un millón de millones de filmes anteriores.
Citaba más arriba la palabra pamema, que significa “hecho o
dicho fútil y de poca entidad, a que se ha querido dar importancia”. Pues ese
milagro no algorítmico que es el Diccionario de la RAE añade que su etimología
proviene de la mezcla de “pamplina y memo”.
Ni en un millón de años, de cálculos y de metaversos podrían
el dios Big Data o sus algorítmicos apóstoles dar a luz algo ni muy lejanamente
parecido a la palabra pamema.
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