You can fool all the people some of the time, and some of the people all the time,
but you cannot fool all the people all the time.
(Abraham Lincoln)

viernes, 1 de julio de 2022

Big Data sea, te alabamos Señor


En épocas de naufragio espiritual se suceden los dioses unos a otros vertiginosamente. Así, la última deidad moderna se llama Big Data. Hijo de Internet, ha expulsado a su padre de lo más alto del Olimpo. Ahora todo parece regirlo el Big Data y sus apóstoles, en esta religión llamados Algoritmos. Son ellos infalibles. Y únicos en su infalibilidad.

Como toda religión única, revelada y que se autoconsidera la Verdadera, ha desterrado al exilio a cualesquiera apóstatas, convertidos de la noche a la mañana en herejes que merecen, sino la muerte, sí el ostracismo.

Así ha caído en el infinito descrédito la intuición. Pero con echar un vistazo a la Historia de la Humanidad se constata la intuición ha acertado y acierta infinidad de veces. Y normalmente en las circunstancias más extremas y necesarias de los conflictos del hombre. Además lo hace con pocos “datos” porque la intuición de algunos puede que no sea capaz de sumas imposibles, pero sí lo es de conjugar sin reglas, leyes ni hojas de cálculo, una semántica no solo de unos y de ceros, una semántica en la que se entremezclan recuerdos, experiencias, percepciones y emociones, consejos, contradicciones, mentiras transitorias o piadosas y visiones. Todo aquello que no puede contenerse en cifras y algoritmos.

Porque sí, un algoritmo te dirá que las pamemas que suelta un “influencer” en sus diez segundos de vídeo colgados en una red social son la Verdad porque ha sumado en un nanosegundo que lo han visto exactamente 7.078.645 personas. Además, el apóstol Algoritmo es capaz de decirte a qué hora lo ha hecho cada uno, combinarlo con lo que se come a esas horas concretas en los restaurante de comida rápida cercanos y acabar por deducir que el próximo otoño se llevará el color verde. Claro que solo por decir “en otoño se llevará lo verde”, ya muchos millones de aburridos iletrados lo rebotarán en sus propios comentarios en el mundo del eco infinito que es Internet, y al final el verde será el color de moda este noviembre. Profecía autocumplida.

Pero en el universo de la mediocridad es natural que el ídolo supremo al que adorar sea el más simple, el que se limita a numerar hasta la náusea, no aquel que te sorprende en las inconsistencias y contradicciones del ser humano. Las mentes que confunden la rapidez de cálculo o la capacidad de sumar infinitas series de números en matrices inabarcables pueden entonces fingirse a sí mismos que dirigen el rumbo de los hombres, y hacerlo de verdad, con  la colaboración necesaria de comerciantes sin escrúpulos.

Pero cuanto menos tienes que pensar más fácil es dedicar maquinalmente tus habilidades mentales a ejercitar operaciones de sumatorios. Porque para sumar hay que tener una destreza, no capacidad de comprensión. No es lo mismo ser listo que inteligente, decía mi padre. Y hoy hay demasiados listos que no dejan brillar a los inteligentes, a los sensibles, a los intuitivos.

Y ahora, hablando de sensibilidad y de emoción: pensemos. Si un “poema” puede escribirlo hoy cualquiera de la caterva de marwanes que la tierra invade, ¡como para que no pueda hacerlo una máquina! Pero el Quijote no hay artefacto que lo escriba; y los quince versos del poema (poema sin entrecomillado irónico) Peregrino de Cernuda no estarán jamás al alcance de una retahíla de bits.

En todo caso, es batalla perdida. El talento de aquellos verdaderos profetas sin tierra que con sus intuiciones llevan fogonazos de iluminación a las remotas oscuridades humanas, están proscritos, nadie los atiende, todo el mundo los desprecia y se mofa de ellos mientras inclinan la testuz y, rodilla en tierra, alaban y adoran a la máquina que les dice que la próxima película que les va a gustar es la que tiene el mismo happy end de un millón de millones de filmes anteriores.

Citaba más arriba la palabra pamema, que significa “hecho o dicho fútil y de poca entidad, a que se ha querido dar importancia”. Pues ese milagro no algorítmico que es el Diccionario de la RAE añade que su etimología proviene de la mezcla de “pamplina y memo”.

Ni en un millón de años, de cálculos y de metaversos podrían el dios Big Data o sus algorítmicos apóstoles dar a luz algo ni muy lejanamente parecido a la palabra pamema.

 (Fotografía, HAL9000, fotograma de la película “2001, una odisea del espacio”) 

No hay comentarios:

Publicar un comentario