You can fool all the people some of the time, and some of the people all the time,
but you cannot fool all the people all the time.
(Abraham Lincoln)

martes, 22 de mayo de 2012

Biocombustibles, alimentos y especulación financiera

Según Joseph Goebbels “más vale una mentira que no pueda ser desmentida que una verdad inverosímil”. Y el mismo asesino nazi, citando aparentemente a Lenin, afirmaba que “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”.
Así es. Falsedades e inexactitudes difundidas incansablemente para que nada cambie y que algunos mantengan sus privilegios e intereses, demasiado a menudo acaban permeando en la ciudadanía.
Tomemos, por ejemplo, el interesado debate suscitado por algunos respecto a la supuesta responsabilidad de los biocombustibles en la subida del precio de la alimentación.
Los precios de la alimentación, según The Economist, cuyo índice se remonta a 1850, se mantuvieron estables hasta 1970 (según el FMI incluso descendieron) y tuvieron un menor aumento que el resto de materias hasta el 2000.
Es a partir del siglo XXI cuando se producen aumentos significativos: entre 2003 y 2008 de más de un 50 % (media ponderada de azúcar, cereales, aceites y grasas, carne y lácteos). En concreto entre 2006 y 2008 el aumento del precio es del 217% en el arroz, 136 % en el trigo, 125 % en el maíz: 125% y 107 % en la soja.
¿Es la causa de este encarecimiento el uso de tales alimentos como biocombustibles, como fuente de energía renovable diversificada frente al monopolio de los combustibles fósiles? Eso se nos dice un día sí y otro también. Pero veamos causas más contundentes.
En ese período se ha producido una disminución histórica de las reservas debido a las malas cosechas desde 2006 (la actual hambruna del Sahel ya venía gestándose desde hace años) y una limitación de las exportaciones (las normas de la OMC y las ayudas a los agricultores europeos y norteamericanos son claramente discriminatorias de las producciones africanas, por ejemplo, en un claro efecto de competencia desleal. Cuando una paca de algodón maliense llega al puerto de Abidjan en Costa de Marfil para su exportación ya tiene un precio superior a las subvenciones que reciben nuestros agricultores, práctica proteccionista antiliberal, pero que como lo que “protege” es lo “nuestro” se acepta por el capitalismo sin taparse la nariz).
Además, en este período se ha desatado un exponencial incremento de la demanda. Debido al aumento de la población y del consumo per cápita (1,5% anual entre 1980 y 2000) y al acelerado crecimiento de China e India y otras zonas, que ha supuesto un cambio en la composición del consumo, haciéndose mayor el de lácteos y de carne, hay una mayor necesidad de uso de oleaginosas y maíz para alimentación animal. Para “producir” un kilo de ternera se necesitan siete de grano. Estados Unidos consume 98 kilos por habitante y año, ratio que si se generalizase en todo planeta significaría que hoy sólo habría cereales para alimentar a 2.600 millones de personas de los siete mil millones que ya somos.
Otros factores que han influido en el aumento del precio de los alimentos son, según la FAO, el creciente precio del petróleo utilizado en la maquinaria, en los fertilizantes y en la distribución; así como el estancamiento de la productividad desde los años 80.
No obstante, cuando se habla de la subida de los precios de los alimentos se sigue poniendo en primer lugar el sambenito a los biocombustibles. Veamos ahora los números de éstos:
La producción de bioetanol supone el 2% de la producción de cereales de la UE y el 4% mundial. El porcentaje de alimentos cuyo destino final es la bioenergía es apenas el 7% del maíz, el 6% de las oleaginosas, el 3% del aceite palma, y el 17% del azúcar. Siendo el porcentaje del azúcar el más significativo, sin embargo resulta que es en el que se produce la menor subida de precio y no al revés como postularían los detractores del biocombustible. Del mismo modo, la mayor subida de precio en el período la ha protagonizado el arroz (217 %) que, curiosamente, no tiene uso como biocombustible.
Así que habría que buscar la causa del abrupto incremento de precios de los alimentos en otro lugar.
Y el hecho diferencial de esta ruptura de precios una vez más tiene que ver con el capitalismo financiero. Ha sido debido al uso de los alimentos, no como biocombustibles, sino como activos financieros de mercados de futuros y de opciones sobre materias primas, teniendo en cuenta, además, que apenas son 200 las empresas que concentran la producción mundial alimentos. Esto significa que en los contratos de futuro los precios se fijan en función de las expectativas: si son de incremento, más caros.
O sea, la especulación con las materias primas que ha caracterizado los mercados del siglo XXI, no se ha limitado al petróleo y los minerales sino que también se ha llevado a cabo en los alimentos.
Hagamos uso de los propios datos de aquellos que han venido reclamando y protagonizando el monopolio de la verdad económica. Los índices más conocidos sobre futuros de materias primas son el Standard & Poor’s Goldman-Sachs Commodity Index y el Dow Jones-AIG (el primero compuesto por 24 productos, 9 de los cuales son alimentos; el segundo por 19, siendo 8 de ellos alimentos. El resto de materias primas son energía, metales preciosos y minerales industriales). Según estos índices y diversos investigadores y agencias (UNCTAD, Ibbotson Associates, Ismael Sanz Labrador, OCDE, Georges Soros…) desde 2003 hasta el estallido de la crisis en 2008 los especuladores compraron masivamente contratos sobre alimentos, trasladando parte de las inversiones inmobiliarias y bursátiles a los futuros de materias primas. La inversión se multiplicó por 25, pasando de los 13.000 millones de dólares hasta los 317.000 (un 30% del PIB de España). En definitiva el desaforado flujo de inversión, que no se correspondía con el crecimiento real de las materias, llevó a un aumento ficticio de los precios, cuya volatilidad no quedaba referida a la oferta y la demanda sino a la especulación bursátil. Según la FAO, la volatilidad del precio del trigo fue un 60% mayor de lo que le habría correspondido en un mercado real y no financiero.
En definitiva, es la especulación financiera sobre los alimentos la que explica la parte más significativa del aumento de los precios de los alimentos.
Además, en el ámbito puramente financiero, otro aspecto que ha incidido en tal aumento de precios es la depreciación del dólar. Y los precios mundiales de las materias primas, en especial de los productos agrícolas, se establecen en dólares, mientras que en los mercados locales se comercia en moneda nacional.
Por último, resulta que nada más iniciarse la crisis de 2008, lo que se produjeron fueron importantes caídas de precio de los alimentos (de hasta un 35%, siendo la mayor rebaja precisamente en los cereales y los aceites y grasas, usados en biocombustibles). Dado que el cambio más significativo entonces no fue que se dejaran de usar los biocombustibles sino el freno abrupto que se produjo en la especulación financiera (incluida la de alimentos) por falta de liquidez debida a la crisis, ello refuerza los motivos reales ocultos tras los precios de los alimentos.
Pero no querría dejar aquí sin más, en este blog, una especie de defensa a ultranza y a ojos cerrados de los biocombustibles. El concepto de desarrollo sostenible se basa más que en ninguna otra cosa en el equilibrio. Por eso, aun poniendo en su justa medida los ataques interesados que reciben, hay que resaltar que los biocombustibles, como todo lo que tenga relación con el planeta y sus habitantes, deben someterse a la premisa dicha de la sostenibilidad.
Según la FAO, las necesidades de alimentación de la población del planeta precisan cambios en el sector primario. En la producción alimentaria se requiere un aumento de la productividad y un mayor uso de tierras, en una ratio 70/30, o sea, más importante es la necesidad de aumento de productividad que de tierras cultivables.
Pero aunque el aumento de tierras cultivables no sea tan imperioso, sí que debe tenerse en cuenta que tal incremento de tierras no se haga en perjuicio de la biodiversidad natural ni humana. Y hay alternativas suficientes en todos los países como para que los nuevos cultivos no se extiendan a costa de poblaciones indígenas ni de reservas naturales.
El cambio de uso de tierras para biocombustibles no tiene por qué ser un problema si se hace con inteligencia e imponiendo, por ejemplo, certificaciones de sostenibilidad como se hace con la madera en la UE. Al fin y al cabo, hablamos de una extensión limitada. En 2004 se usó un 1% de tierras cultivables para biocombustibles. Y la Agencia Internacional de la Energía estima para 2030 un 3,8%.
Por último, hay que recordar que los biocombustibles, como actividad agrícola, según el propio Banco Mundial, ayudan a reducir la pobreza, cuando es en las zonas rurales donde se concentra el 75% de la pobreza del mundo.
De modo que producir biocombustibles con sostenibilidad no hace peligrar la producción de alimentos ni la biodiversidad (natural y humana) ni el consumo de agua. Ayuda a la disminución de emisiones y permite la diversificación de la economía de otros países (como Indonesia y Malasia en relación con el biodiesel procedente del aceite de palma), para competir contra quienes han venido ostentando el monopolio de la energía. No es poca cosa.

2 comentarios:

  1. Abrumador. Malditos especuladores financieros.

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  2. Son datos demoledores que necesariamente hay que usar —por eso te los agradezco aún más— cuando se enseña economía y geografía económica a estudiantes de bachillerato, aunque solo sea para administrarles una dosis de decencia, por pequeña que sea, y para dotarles de herramientas que les permitan comprender algo mejor el mundo que les ha tocado.

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