You can fool all the people some of the time, and some of the people all the time,
but you cannot fool all the people all the time.
(Abraham Lincoln)

martes, 19 de junio de 2012

Buena, bonita, barata… ¡paisha!

Japón no escarmienta ni a la de tres (Fukushima, Hiroshima, Nagasaki) y vuelve a la energía nuclear tras haber cerrado todos sus reactores por seguridad tras el accidente de hace un año. Y las fuerzas reaccionarias españolas aprovechan para relanzar su cruzada nuclear, inasequibles al desaliento fuku-sísmico. Como vendedores de alfombras nos aseguran que es buena, bonita y barata la energía atómica. Y se resisten  con todas las armas de sus intereses privados al desarrollo de la sostenibilidad y la inteligencia.

Nada nuevo bajo el sol (esa fuente de energía renovable para todos). Pues tienen los pronucleares un inequívoco sesgo ludita. El ludismo es el rechazo interesado a las innovaciones. Surgió como movimiento a principios del XIX cuando algunos obreros destruyeron las nuevas máquinas tejedoras. Aunque es una conducta habitual desde tiempos de Vespasiano, con los aguadores en contra de los acueductos, o más tarde con los contables combatiendo la pascalina, la primera calculadora. Se aplican aquí la famosa frase del Primer Ministro británico, Lord Balfour, paradigma del inmovilismo: “es más inteligente hacer cosas estúpidas que se han hecho siempre que cosas inteligentes que no se han hecho nunca”.

La energía nuclear es el pasado, las energías renovables el futuro. Más aún para España, que en energías renovables hemos sido líderes tecnológicos mundiales. Pero ahora parece que preferimos regresar al castizo “que inventen ellos” (una de las primeras leyes de “urgencia” aprobadas por este nuevo Gobierno fue para paralizar el desarrollo de las renovables).

Nuestro parque nuclear actual son ocho reactores activos (menos de 8.000 Mw, el 20% del consumo de electricidad) y dos plantas en desmantelamiento (Vandellós I, cerrada en 1989 por varios incidentes y un incendio grave; y Zorita).

Así, la energía nuclear es una rémora pretérita, y no por un mero deseo ideológico sino por demasiados motivos cuantificables.

Uno: la energía nuclear produce residuos radiactivos de alta actividad que tienen (los isótopos de plutonio, por ejemplo) una “vida” de 24.000 años. En 1982, EEUU decidió vaciar toda una montaña, Yucca Mountain, para instalar en su interior su cementerio nuclear. Tras veintiocho años de proyecto e inversiones (60.000 millones de euros previstos que en 2006 se reconoció que serían insuficientes), por la aparición de importantes problemas de seguridad en 2010 se empezó a desmantelar y a investigar en otras alternativas de tratamiento de los residuos. En todo caso, allá donde se almacenen, como dice la canción de Crosby y Nash, habrá que poner un cartel para los futuros arqueólogos que diga: “don’t dig here”, no caven aquí.

En España se generarán 6.700 toneladas hasta 2030. Su almacenamiento (hoy por hoy inviable en nuestro país) se realiza en países vecinos con un altísimo coste económico que pagamos todos los españoles. Como dijo el sociólogo alemán Ulrich Beck vamos en un avión para el que todavía no existe pista de aterrizaje.
Dos: la energía nuclear utiliza un combustible con reservas limitadas, el uranio, que no se puede plantar como las setas. Y el progresivo agotamiento de un recurso no renovable repercute en su precio aumentándolo y en la conflictividad geoestratégica. La energía nuclear no es autóctona nuestra, dependemos tan completamente del exterior como en el petróleo. La mitad del uranio que utilizamos se importa de Rusia, y el resto de Australia, Níger, Kazajistán y Canadá. Y aunque en nuestras viejas minas de uranio de repente aparecieran vetas inmensas, no contamos con las capacidades para producir el combustible enriquecido o para el procesamiento del combustible iridiado. Lo que nos lleva al punto...

Tres: el acceso a la tecnología está centralizado y restringido por los poseedores (Tratado de no Proliferación Nuclear), tenemos que importarla,  ya que no contamos ni con la tecnología nuclear básica, mientras gran parte de la tecnología punta y el tejido industrial de las energías renovables sí es nuestra.

Cuatro: la industria nuclear aplica estándares de seguridad que no excluyen la posibilidad de accidentes. Fukushima, en un país de altísima tecnología, es el ejemplo más claro. Y España tampoco se ha salvado, con el incendio de Vandellós I de 1989 y diversas emergencias en años recientes, por no citar las frecuentes incursiones de Greenpeace por tierra mar y aire a las centrales para demostrar su vulnerabilidad.

Según el presidente del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) francés “nadie puede garantizar que no pueda haber un accidente nuclear”. A ello, la Agencia Nuclear de la OCDE añade: “el sector debe prepararse porque nadie puede descartar nuevos accidentes. Las nucleares las hacemos humanos y cometemos errores”. Con todo su cuajo. Por eso, el error mantenido es alargar la vida útil de las centrales o querer instalar nuevas.

Otrosí: en este tema se reitera uno de los principales de la “crisis” financiera, el del papel que juegan los organismos supervisores, de control y los reguladores: que están formados muy mayoritariamente por técnicos de la propia industria o del sector a regular, o sea, en el caso de la energía nuclear por ingenieros nucleares que sólo con cuentagotas se oponen a la tecnología en la que ellos mismos se han (de)formado. Además, estos organismos demuestran una acendrada tradición de secretismo y nula transparencia (los intercambios de documentación entre el regulador y los titulares de las centrales en actualizaciones, modificaciones, evaluaciones técnicas no se publican. Como señalan Cristina Narbona y Jordi Ortega en su reciente “La energía después de Fukushima”, Ed. Turpial: “más allá del riesgo potencial, hay un déficit en el ejercicio de los derechos de información y de participación pública en lo relativo a la actividad de la industria nuclear”). Precisamente, nuestro CSN hace cuatro meses emitió informe favorable a alargar la vida de Garoña hasta 2019 “pendiente de condiciones de seguridad a establecer”. En resumen: ya sabemos que la zorra cuida de muy mala manera las gallinas, sean las gallinas hipotecas basura, fondos de inversión especulativos, transgénicos o instalaciones nucleares. Mientras que, como dijo un político alemán: “para millones de personas no es necesario un comité de ética –y pese a cualquier órgano regulador sesgado, añado yo- para saber que la arrogancia puede hacer pensar que las tecnologías son infalibles ante los riesgos”. Lo que debe primar aquí son las consecuencias previsibles de esa falibilidad, inaceptables en la energía nuclear. Más aún cuando un mundo democratizado es también aquel que supera la identificación del progreso con la cultura del riesgo y propugna la cultura de la precaución. Los inocentes afectados por un medicamento como la talidomida, por un material de construcción cancerígeno como el fibrocemento (amianto) de la uralita o la radiación de Chernobil (URSS) o Harrisburg (EEUU), si hubieran podido ser partícipes de una democracia real, habrían optado por la prevención antes que por la soberbia científica y la avaricia comercial.

Cinco: la energía nuclear “pacífica” aumenta el riesgo de proliferación de armas nucleares, hecho evidente en el rechazo internacional a Irán en la actualidad. ¿Es lícito en un mundo “globalizado” optar por una tecnología que no queremos que tenga la otra mitad de la humanidad?

Seis: la energía nuclear disfruta de otra excepción más muy poco conocida. Las centrales de generación están excluidas de la legislación de Impacto Ambiental. Lo que es absolutamente comprensible porque aplicando los procedimientos técnicos y administrativos de evaluación de impacto (emisiones, peligrosidad, calentamiento que produce en los ríos el uso de su agua para refrigeración...), sólo cabe, para la Declaración de Impacto Ambiental, la resolución denegatoria de la planta.

Siete: y muy significativamente, la energía nuclear tiene unas asombrosas ineficiencias económicas que sus promotores callan: está subvencionada (3,89% del recibo de la luz de cada ciudadano cubre la compensación por la moratoria),  no internaliza el total de los costes de la gestión de sus residuos, y es el único negocio que no corre con todos sus costes y que sus accidentes no los cubre ninguna aseguradora. El Consorcio de Compensación de Seguros de España apenas alcanza 1.200 meuros cuando las indemnizaciones a las victimas de Fukushima, por ejemplo, se estiman en más de 65.000 meuros, y eso sin contar con que muchas de las víctimas aún ni siquiera han nacido. Nuestra propia Ley de Responsabilidad Ambiental exceptúa a la energía nuclear por motivos obvios.

Además, el coste de construcción de una nueva planta es de 7.000 meuros, lo que supone 4.000 euros/Kw mientras que el coste de la eólica es ya de 3.000euros/Kw.

En todo caso, resulta que ninguna empresa privada está dispuesta a afrontar esa inversión multimillonaria (menos aún en las actuales condiciones de restricciones al crédito) sin contar con el apoyo del Estado, ya sea en subvenciones directas, avales, mediante primas tarifarias o a través de la factura de la luz.

En esto del coste de la energía nuclear, sus defensores también nos aseguran que es necesaria para que no suba el recibo de la luz, pero callan que tal energía se retribuye en nuestro sistema muy por encima de su coste  real, al más caro, el de los ciclos combinados de gas y el carbón, y que en un contexto de capacidad excedentaria son otras tecnologías, no la nuclear, las que podrían reducir el recibo.

En fin, la energía en España está liberalizada desde 1997, así que cualquiera puede instalar una central nuclear, un campo eólico, una granja solar o un ciclo combinado de gas donde le plazca sólo con cumplir los trámites administrativos y ambientales vigentes. Si las cuentas les salieran sin el apoyo estatal ya habrían promovido alguna central.

Y mientras estos datos tienen una contundencia sofocante, el Foro Nuclear de España quiere vendernos la sarcástica necesidad de esta energía –insostenible e insegura- por motivos “ambientales” (para controlar el cambio climático ya que “no emite CO2”) y por motivos de “seguridad” (para garantizar el suministro de la demanda). Así reclama ¡400 nuevos reactores en el mundo, diez de ellos en España! ¡2.800.000 meuros! ¡Órdago!...

Pero resulta que esa “necesidad de nuclearizarnos” es un sofisma. En España, en la actualidad somos excedentarios en energía (ahora exportamos). Por ejemplo, la prolongación hasta 2019 de la vida de la central de Garoña tiene mucho más de interés ideológico, “ejemplificador” que de necesidad real. Esa planta (idéntica a la de Fukushima) aporta apenas 466 Mw de potencia instalada. Lo mismo que un centenar de molinos eólicos de última generación. Además el paradigma de la energía renovable como energía distribuida es claramente superior, racional y eficientemente hablando, al de la centralización de una fuente en una instalación nuclear. Es preferible un bosque de huertos solares y de molinos eólicos que una central nuclear. Las innovaciones tecnológicas en aquéllos también se pueden instalar con  mayor facilidad y menor impacto. Cambiar un molino de 1 Mw por otro de 5Mw, por ejemplo. Véase diáfanamente esta ventaja de lo distribuido sobre lo centralizado (tema que abordaré en el futuro en el blog) en el ámbito de la informática.

Corolario: la energía nuclear es plenamente prescindible.  Y conste que de la posibilidad de alargamiento de la vida útil de las centrales nucleares más allá de los cuarenta años, que se tradujo en su inclusión en la infausta Ley de Economía (¿)Sostenible(?), tiene mucha responsabilidad Miguel Sebastián, ex ministro del PSOE, y su Secretario de Estado de la Energía, autor, casualmente antes de su nombramiento, del informe pericial de Nuclenor contra la decisión de no autorizar la prolongación de Garoña.

En definitiva, como ha dicho Sergio de Otto: no es cierto que necesitemos todas las tecnologías actuales de generación de energía. Unas son más deseables que otras; unas más peligrosas que otras. Ninguna opción energética como la nuclear tiene su poder devastador e irreversible. Un accidente nuclear, a diferencia de los accidentes industriales, no está delimitado ni en el tiempo ni en el espacio. Hay por tanto que avanzar en el desmantelamiento de unas energías irracionales y contrarias al progreso, que trasladan al futuro costes y riesgos, y promover otras energías, respetuosas con el ser humano y la naturaleza de hoy y de mañana.

Siete han sido los criterios que he vertido aquí esta semana contra la energía nuclear. También fue en el séptimo círculo del Infierno, donde Dante y Virgilio encontraron a los violentos contra la Naturaleza, condenados en un desierto ardiente bajo una continua lluvia de fuego, imagen de lo más atómica que imaginar se puede...


3 comentarios:

  1. Añado la contaminación de acuíferos como consecuencia de la minería del uranio.

    En septiembre de 2011 se celebró la VII Conferencia Ministerial de Medio Ambiente para Europa. Finalizada esta Conferencia Ministerial, representantes de 70 organizaciones de ciudadanos por el medio ambiente (ECOs) adoptaron una Declaración que recoge lo siguiente:
    “The risk of pollution of groundwater from the mining areas in Central Asia with radio-nuclides from the uranium mining tailings needs to be addressed with utmost urgency. Serious risks and problems of cyanide pollution exist, - and other pollution with heavy metals from mining activities, - whilst concerned community representation in issuing of mining permits has been restricted in some cases” http://www.eco-forum.org/documents/ECO-Forum-Statement-Astana-final_Eng_final.pdf

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  2. A estas alturas ya debería estar techado todo inmueble con paneles solares. Y las cabezas de los humanos con algo de inteligencia ética, que nos llevara a darnos cuenta de que el daño que hacemos a la tierra, por torpeza o por maldad, por acción u omisión, vuelve como un bumerán sobre nuestras propias cabezas.

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  3. Tal como vuesa merced maneja los datos reales resulta incuestionable, aberrante, continuar con el mercadillo de la energía nuclear. Oscuros intereses repercuten en la cosa. Oscuros intereses repercuten en todo. El petroleo que no cesa es el lider del oscurantismo energético. Puestos a señalar con el dedo, un ejemplo, si la energia eléctrica no ha entrado hace años en el campo automovilístico es por oscuros manejos mercantiles y bursátiles. El monstruo de Nicolai Tesla ideó un futuro de energía electromagnética de libre acceso pa toos, pero ya en su día, telúricas fuerzas como la de JP. Morgan, que vio en aquella jugada arrogante una caída en la gráfica de sus pingues beneficios, le cortó la financación del proyecto, le cortó el cordón del apoyo y recondujo al deslumbrante inventor hacia una vía muerta, hacia un mañana de ostracismo y oscuridad. El petroleo mueve montañas, mueve morales, devasta países, corrige y extrapola el entorno milenario de los indigenas si hace falta. Si sustituimos X de petróleo por Y de nuclear la fórmula mantiene su eficacia. Por el momento hay poco interés en los mercados en que la cosa perogrulla cambie. Pero cambiará gracias al foco de luz de informaciones como la tuya que van calando a velocidad de estalactita en la torpe opinión pública. Pronto despertaremos por obligación y recalaremos en la estupidez que nos mantuvo anclados en el bando de "es más inteligente hacer cosas estúpidas que se han hecho siempre que..." En otro plano: "Más vale lo malo conocido...", argumenta el cabrón del refranero. ¿Seremos nosotros los paisas sapiens los que hemos contribuído con nuestro ejemplo a levantar tal adagio?
    Un gran saludo, Capitán.
    Enhorabuena por meter el dedo en el ojo nuclear y clamar un poquito de por favor a las lenguas viperinas que tratan de confundirnos a los transeúntes.

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