El motivo por el que este blog se
llama “El hundimiento del Maine” es, evidentemente, sacar a la luz esas
mentiras que algunos pretenden hacérnoslas pasar por verdades simplemente por
el hecho de repetirlas ad nauseam.
El capitalismo lleva años
vendiéndonos la moto de que a ellos lo que más les importa es la competencia,
el libre mercado en el que sólo cuando unas empresas compiten con otras todos
salimos beneficiados. Sin embargo, los hechos demuestran que lo que de verdad
le pone al capital es tener la exclusividad, el monopolio con el que un solo
dueño se forra haciendo que los demás pasen por el único aro de sus productos y
sus precios. Aunque los empresarios lo niegan ante el mismísimo dios de dioses
suyo, el dinero.
El socialismo, cuando existía, era
en esto más honrado y defendía la bondad del sistema monopolístico pero ejercido
por el Estado con la idea de socializar los beneficios en vez de concentrarlos
en algunas privilegiadas familias.
Desde los 80 el capitalismo arreció
en su falsedad de que lo mejor para la sociedad era acabar con los monopolios. Aunque
el que tenía un restaurante en Villamerite del Páramo se esforzaba más que nada
en que no hubiera otro en toda la comarca. Y en especial los empresarios
denostaron aquellos monopolios de los que no se beneficiaban ellos. Así nos
juraron que privatizando, liberalizando y desregulando, se multiplicarían las
empresas y por tanto la competencia bajaría los precios y el bienestar llegaría
a casi todos.
Entonces privatizamos los grandes
monopolios estatales. Durante un tiempo se mantuvo la ficción de que hubiera
varias empresas tras las privatizaciones, pero en seguida, como si no nos
fuéramos a dar cuenta, comenzaron las fusiones, las adquisiciones, las “merge”,
las opas, hostiles si era el caso… Con lo que muy pocos años después volvimos a
tener monopolios o acaso duopolios. En la telefonía, la energía, las
televisiones… Pero ahora sus dueños tenían nombre y apellido y salían en le
revista Forbes.
Dando un pasito más, mezclando los
monopolios nacionales con la globalización, se traspasaron las fronteras de los
estados con las multinacionales dando lugar al mondopolio en bancos, compañías aéreas, industrias químicas,
farmacéuticas, fabricantes de coches, tecnologías de la información.
No hay más que echar un vistazo al
campo de batalla tras la contienda de las privatizaciones y veremos cómo los nuevos
dueños del cotarro (después del frenesí de las fusiones) no pasan de ser tres o
cuatro patronos bien conocidos en cada sector.
Ejemplos sobran, valga este botón
de muestra: se fusionan dos macroempresas farmacéuticas. ¿Queremos saber los
beneficios sociales de esta unión?
Sencillo: 15.000 trabajadores (un 15% de la plantilla) son despedidos; los dos
patronos ganan un 60% más; y, tal vez, a vosotros y a mí, oh fortuna, nos bajen
un centavo de euro el precio de las aspirinas. Pero no nos quepa duda de que
los precios de los fármacos más sofisticados (sida, gripe, cáncer, malaria)
serán, son, más caros. Y eso en el flamante primer flemático mundo sin flemas,
porque, como las cifras son insidiosas, sepamos que con la sola prima de
despido de uno de nuestros banqueros de las antiguas cajas de ahorro devastadas
y privatizadas, podríamos erradicar la polio de África entera.
Pensémoslo: volemos donde volemos,
la factura del billete la pagamos a uno de los cuatro empresarios mal contados dueños
de las líneas aéreas fusionadas que operan en el mundo, y a uno de los dos
constructores de aviones que hay (Boeing y Airbus). Si telefoneamos a nuestra
prima lo hacemos por uno de los tres operadores mundiales, que cambian de
nombre en los diferentes países pero son el mismo perro con distinto collar.
Cuando navegamos en Internet o escuchamos música estamos patrimonializando a
Ted Turner y Bill Gates. Y a sus trabajadores, claro, o sea a los que hayan
quedado contratados precariamente después de las regulaciones de empleo,
eufemismo actual del despido y la exclusión.
Cada vez que compramos un coche,
de cualquier marca, tenemos un tercio de probabilidad de hacerlo al amo de
General Motors, que ya a principios del siglo XXI anunció 14.400 despidos. Y en
2009 despidió a otros 10.000 de sus 63.000 trabajadores, rebajando además a los
que quedaron hasta un 10% sus salarios; y en 2014 otro tanto de despidos.
Igual que Coca-Cola fusionando
filiales en España con el único motivo, según sentencia, de disminuir costes
despidiendo plantilla.
Igual que General Electric, que
en plenas vacas gordas, en 2001, con unos beneficios de 10.717 millones de
dólares, a un crecimiento anual del 15,3%, decidió poner en la calle a 75.000
trabajadores, eso sí, globalizándolos, esto es, despidiéndolos por todo lo
ancho y largo del mundo.
Pero en algún momento los ciudadanos
deberíamos rebelarnos contra los 'mondopolios',
hacer que caiga el capitalismo estético para que surja la economía ética, una
economía ‘con’ mercado y no ‘de’ mercado, al servicio de la solidaridad.
Deberíamos conseguir que el Estado, nacional y supranacional, sacara la cabeza
de avestruz de la preocupación única por su propia supervivencia y obligarle a
ejercer su función, que no es otra que cuidarse del bien común.
Perseverar en el 'Mondopolio' nos conduce de vuelta a un
prehistórico pasado, una Altamira troglodita, oscura y sin grafitis donde, como
dijo Jack London, la vida vuelve a ser el enfrentamiento entre explotadores y
explotados. Hoy, frente al economicismo atroz y monocrático que una vez más socializa
las pérdidas, privatiza las ganancias (véase el caso de AENA el viernes pasado)
y excluye a los más necesitados, debe alzarse la hora de la democracia plena,
porque no hay democracia sin bienestar y viceversa.
En un mundo más civilizado deberá primar
un día la tutela de todos frente al imperio de los pocos o si no el futuro se
convertirá en un lugar parecido a una plaza de toros mansos. Un ruedo de cabestros ciegos
inevitablemente heridos, no ya por el estoque sino por la encefalopatía
espongiforme del insolidario, que nos convierte en algo inútil como un buey sin yunta que a rastras, sin aplausos, sin indultos,
se llevan los mulos del olvido hacia ninguna parte.
(Imágenes logos en Wikipedia y contrainfo.com)
Cierto Jaime: No hay democracia sin bienestar y viceversa y cada vez nos alejamos más de ese bienestar y nos adentramos en un "mondopolio" gobernado por la dictadura capitalista. Creo que tu exposición no necesita de más ejemplos, aunque cada día podamos añadir uno más. Lo único verdaderamente necesario es evitar que esta maquinaria diseñada para esclavizarnos nos engulla y nos triture la conciencia.
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