Parece que la actividad industrial en Europa ha llegado a su
fin. Solo algunas actividades industriales se mantienen y eso en ciertas
regiones concretas (química en Alemania, cierta automoción en España o Chequia…).
Pero la industria en su conjunto se ha trasladado a países donde la ausencia de
derechos sociales permite la continuación de la explotación que proporciona
enormes beneficios empresariales.
Europa se encamina hacia economías terciarias, de servicios.
Paradigmática España, de la que todos dicen que está abocada y para bien,
añaden, a ser un país de servicios.
Ante tal panorama, se diría que los grandes capitales hayan
decidido cambiar sus actividades precisamente al sector terciario para mantener
sus ganancias.
En este sentido hace tiempo el capital descubrió dónde se
encuentran los grandes beneficios económicos en la era posindustrial.
Ya hace tiempo explotaron las condiciones del miedo y de la “seguridad”.
Y apareció el negocio de la seguridad privada al margen de la policía. (Y en
países como EEUU se ha llegado más lejos aún, con la contratación de compañías
de seguridad que no son sino soldados de fortuna en un proceso de privatización
de la defensa nacional).
Pero ahora otro es el nicho de mercado que se les abre ante
los ojos como sustitutivo de la actividad industrial deslocalizada.
En un país como España, donde ya hoy hay 8 millones de
personas de más de 65 años (el 17% de la población), y se prevé que en 2050
seamos el país más envejecido del planeta con más personas mayores que niños.
Un país, España, donde hoy hay más de cuatro millones de personas con
discapacidad, que en 2050 alcanzarán los 16 millones. España, donde hay una
población dependiente de un millón y medio de personas.
Está claro que, sin siderurgias ni navieras, donde se pueden
hacer grandes fortunas como las de antaño es en la sanidad y en los servicios
sociales (discapacidad, personas mayores, dependientes…). Claro que el problema
radicaba en que esas actividades, estando relacionadas con los derechos
fundamentales de los ciudadanos, se regían por los principios de interés
público y eran llevadas a cabo por servicios públicos.
De modo que lo que hacía falta era una excusa para
privatizar esos ámbitos y hacer negocio con ellos, el negocio que queda en
Europa en la era posindustrial. La supuesta e inventada crisis del Estado del
Bienestar, que se nos ha dado como un trágala, ha llegado en el momento justo.
Se ha convencido a las mayorías de que el modelo era insostenible sin aportar datos
y sin considerar el criterio fundamental: que es que los presupuestos generales
del Estado son un acto político de elección, y que un kilómetro de autovía o un
tanque innecesarios que no se presupuestaran podrían financiar los servicios
esenciales de los que hablamos.
Pero no, lo que se nos dice es que el Estado del Bienestar
está en crisis, y se ha empezado su concienzudo,
torticero e interesado desmantelamiento con vistas a las privatizaciones.
Privatizaciones a veces algo sutiles, como son el traspaso de competencias
sociales de los ayuntamientos a las diputaciones provinciales para que éstas,
sin personal tengan que externalizar; o privatizaciones sin careta como la de
los hospitales en Madrid o Valencia por decreto ley.
El capitalismo posindustrial sabe de dónde pueden sacar dinero
ahora y en ello están sin el menor escrúpulo y vendiéndonos encima que lo hacen
por nosotros, porque nos están salvando de la bancarrota social. Pues muchas
gracias desinteresados altruistas
© fotografías eldiario.es y público.es
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