El prestidigitador acaricia a su
conejo y saca con histrionismo un pañuelo de colores de su bolsillo. Lo mueve
en el aire, habla a la vez de algo insustancial, cuenta un chiste, saluda a la
ayudante en bikini que baila. Los espectadores presienten que les van a hacer,
abracadabra, la magia y quieren pillarle truco. Están pendientes de él, del
pañuelo, para que no les engañe el ilusionista y hacerse la ilusión de que son
tan listos como él. Con toda la atención ahí concentrada, en el pañuelo
colorido, el mago consigue su propósito. Aprovecha entonces y con la otra mano
esconde en su manga el conejo. Lo ha conseguido, ha despistado al respetable.
Creían que el espectáculo ocurriría en el pañuelo, pero el pañuelo es un pañuelo,
nada más. El verdadero truco es ocultar al conejo. El conejo, por cierto, tiene
mixomatosis, es un conejo enfermo…
Entre el miércoles pasado el
presidente Rajoy, y el viernes su vicepresidenta y los ministros de Economía y
el de Hacienda, nos hicieron este truco utilizando un pañuelo de muchos colores
para despistar y, en vez de a la tiple en paños menores bailando, a Juan Carlos
I saliendo en la foto de la prestidigitación.
El sábado los ciudadanos y los
medios de comunicación se hacían cruces por el paquetazo de recortes: subida
del IVA, menos beneficiarios de viviendas de protección oficial, incremento de
la base de cotización, no disponibilidad de gasto público (600 millones de
euros, que casi se satisfarían sólo con traernos de vuelta a las tropas de su
excursión heroica por Afganistán donde nos cuestan más de 400 millones de euros
al año, más de un millón al día), ultimátum de tasas anunciadas a las energías
renovables, rebaja en el seguro de desempleo y amenaza al menor “indicio de
fraude”, la puntilla definitiva a la
Ley de Dependencia (el Gobierno ya no pagará la cotización de
las cuidadoras y reduce aún más y más la financiación), y sobre todo el
indiscriminado pero interesado abuso perpetrado con los funcionarios como
atracción de feria a la que arrearle pelotazos…
Todos mirando los colores del
pañuelito, y sobre todo el color negro de lo de los funcionarios, a los que los
ciudadanos acostumbran a aplicar el mítico “¡que se jodan!” dedicado a los
parados por la hija del español al que más ha tocado la lotería en la historia,
mister Fabra. Y mientras tanto, los listos prestidigitadores escondiendo el
conejo mixomatoso: la reforma de las Diputaciones Provinciales.
Amparados en la excusa de las
supuestas duplicidades, esta reforma tiene un objetivo ideológico evidente: abundar
en el desmantelamiento del Estado del Bienestar. Pero, por supuesto, no se
trata de un mero derribo del edificio de convivencia social de nuestro
cariacontecido país, sino de una “apropiación indebida”, un traspaso empresarial
en toda regla, para convertir en privado lo que es público.
Esta reforma de la Diputaciones
Provinciales (38 en España más las tres forales vascas, un
90% de ellas en poder del PP, por ejemplo del ya mentado Fabra y su faraónica
estirpe que viene heredando el puesto con histórica persistencia) pretende
quitar competencias a los ayuntamientos (las que el PP denomina competencias
“impropias”: asistencia social y sanidad) y pasárselas a las diputaciones. Pero
el truco, la letra pequeña está en que estas diputaciones no tienen medios ni
económicos, ni personales, ni capacidad normativa ni impositiva para ejercer
tales competencias. Así, la propia Ley aprobada el viernes por el PP señala que
“si” las diputaciones no pueden prestar de forma directa los servicios que se
les encomienden… podrán hacerlo de forma indirecta… o sea, se desmantelan los
servicios municipales, se pasan a administraciones muy mayoritariamente en
poder del PP desde las últimas elecciones, y se procede a la privatización de
la sanidad y los servicios sociales. ¡Olé!
Y también puede llegarse a poner
otra guinda en el pastel: que las tasas de residuos urbanos las sigan
recaudando los competentes (no hay más remedio mal que les pese), los
ayuntamientos, pero que el servicio lo contraten las diputaciones, lo que
provocará, sin duda, unos tejemanejes de esos que acaban en corrupción gurtélica
de la que todos luego se tiran de los pelos y se hacen católicas, muy católicas
cruces.
Pero la verdadera reforma
necesaria en las Diputaciones Provinciales sería su eliminación. Se trata de
administraciones superfluas, decimonónicas, que a algunos sesudos españoles les
han supuesto siempre algo tan arcano como que el bueno de Jardiel Poncela
aspiraba antes de su muerte apenas a saber para qué servían.
Y eso que hoy es bastante
identificable para qué sirven estas clientelares administraciones: para gastar
en carreteras superpuestas como los estratos de Troya a la carreteras
nacionales y autonómicas; para colocar primos; y para otorgar premios
literarios que apenas enriquecen a ciertos editores expertos en tener la
exclusiva para publicar (a menudo “malpublicar”) los libros ganadores, que demasiadas
veces pasan a ocupar en sus cajas sin desprecintar los almacenes de material de
oscuras bodegas administrativas.
Seis mil millones de presupuesto,
cuatro mil millones de deuda y mil diputados, más personal de confianza,
asesores, y funcionarios y laborales en su gran mayoría de la viejísima escuela
franquista… Sí, las diputaciones provinciales sí que serían un buen lugar para
recortar con racionalidad. Seis mil millones de euros… caramba, una cifra tan
parecida a la del recorte hecho con las otras medidas que bien podía haberse
tomado ésta sólo.
Pero para cuando descubramos que
el truco estaba en el conejo escondido y no en el pañuelo aireado y nos
acordemos de esta medida, tomada por el Gobierno este viernes, ya estarán en
manos privadas servicios públicos que conforman el corazón del Estado del
Bienestar. Y si alguien entonces clama al cielo de lo público, le responderán,
birlibirloque, que la deuda de los ayuntamientos es insoportable. Así en
general, sin explicar que un 60% de esa deuda municipal la fagocita enterita la
sola ciudad pepera de Madrid.
Pero qué más da… ¡que siga el
espectáculo! Pocas cosas gustan tanto a los “españuelos” como que nos hagan
juegos de manos y nos den gato por liebre. Pocas cosas nos atraen tanto como
una demolición “controlada”. ¡Ah!, la belleza de la destrucción, el virtuosismo
de los dinamiteros… signos inequívocos de este país que prefiere una pandereta
a Pau Casals.
Un artículo imprescindible.
ResponderEliminarAbrazos
Totalmente de acuerdo.
ResponderEliminarAh, echaba de menos estas dosis de verdadera información... Pero ya, de vuelta de vacaciones, no me pierdo ni una (una manera fina de pedirle que, tras su sobredosis galdosiana, nos mantenga al día con los ojos abiertos, muy muy abiertos).
ResponderEliminarAunque tarde llego, nunca es tarde si el comentarista es bueno. Cojonudo en este caso. El Capitán abre el pastillero de Pandora. Lo zarandea en vilo. Caen los conejos. Como estamos en el campo, en estación, fuera de veda, dispara al bicho que huye en busca de refugio a coto político. El Alejandre conoce la fórmula para erradicar la mixomatosis, la hispana y la posthispana. Le sobra verdá y tiene una endemoniada puntería con la Palabra. Este blog, hermano, merece por respeto llegar a masivo dominio público. Ruego a vuesa merced que canalice El Hundimiento del Maine a otra dársena más expuesta a las miradas. Merece letra ariel 16 puntos, negrita, contraportada o editorial. Un gran saludo a lo Tarantino, lúcido y "maldito bastardo".
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