Debate clásico es el del enfrentamiento entre la “censura” y
la “libertad de expresión”. Pero, como todo o casi todo en esta vida, creo yo
que hay siempre factores relativos que mediatizan sin lugar a dudas los reinos
de los absolutos. No es lo mismo decir cualquier cosa en cualquier contexto y
en cualquier geografía.
El artículo 86a del Código Penal alemán (y similar prescripción
opera en Francia e Italia), prohíbe el saludo nazi brazo en alto, gritar
"Heil Hitler" y pintar esvásticas. En Alemania es ilegal exponer símbolos
de asociaciones que incuestionablemente, como el nazismo, estén prohibidas
porque se dirijan contra el orden constitucional o contra los principios del
entendimiento de los pueblos. El dueño de un bar en Augsburgo (Baviera) se
enfrentó en 2016 a una pena de tres años de prisión exhibir en su
establecimiento cinco botellas de vino etiquetadas con el rostro de Hitler. El
Código alemán señala en especial a quien erija en el territorio, distribuya, o
emplee públicamente banderas, escudos, partes de uniformes, consignas, y formas
de saludo.
Nada de esto es invocable directamente en España. Así
podemos escuchar públicamente cada día con mayor virulencia y desvergüenza: vivas
a nuestro tirano, botellas etiquetadas con su jeta, banderas preconstitucionales,
y un largo etcétera de “expresiones” amparadas en una “libertad” que algunos
pensamos que debería haberse cuestionado en nuestro Código Penal, como mínimo
en el de 1995, sin por ello colisionar con el legítimo y amplísimo principio de
la libertad de expresión de que gozamos todos. Porque, como dijo Reginald Bassett:
“La pregunta es si vamos a permitir a los
enemigos declarados de la democracia utilizar la maquinaría democrática con el
único propósito de derribar la democracia”.
En fin, el caso es que hoy constato que aquellos que, con
razón, no se atrevían hace unos años a levantar públicamente su Vox, quiero
decir su voz, para gritar sus consignas fascistas, hoy, en una deriva asfixiante
para los diferentes, se lanzan libremente a proclamar su ideología de odio y
xenofobia amparados en algunos principios que precisamente querrían conculcar
en cuanto ostentaran el poder.
Y no puedo dejar de angustiarme cuando de repente me
encuentro en las calles de la capital esvásticas como estas que he fotografiado hoy
en pleno centro madrileño, en un barrio de clase media-alta. Me he sentido
retrotraído, sin aliento, con desaliento, a finales de los años 70.
Se envalentonan otra vez quienes ahora empiezan por
mancillar nuestro espacio público y ciudadano con símbolos que representan, no
ideas, sino simple y espeluznantemente millones de asesinados.
Mañana, ¿a qué se atreverán amparados en nuestra cómplice
indiferencia?
Concluyo. Como ayer homenajeábamos a ese lujo de la Humanidad
que fue y es Elvira Daudet, vayan aquí, para iluminarnos, sus siempre indómitas
palabras:
RATAS
(Elvira Daudet, “Poesía póstuma”, Ed. Evohé)
¡Alerta, ciudadanos!,
una feroz camada
de hombres grises ha
invadido la tierra.
Son hombres de ceniza,
despiadados,
grises como el
cemento, sin espina
dorsal que los
sostenga de pie como a los hombres,
aplastan las estrellas
como chinches,
y quieren apagarnos la
luna y cosernos
los besos. Si los
dejáis os beberán la sangre,
arrasarán los sueños,
junto al vino
y el pan que os
alimentan. ¡Despertad!
Vigilad noche y día a
vuestros hijos,
antes de que os los
roben
y les saquen su
corazón de tórtola,
o el hígado para
hacerse un trasplante,
como el hombre del
saco
de los terribles cuentos
infantiles.
A veces les succionan
el cerebro
y los devuelven del
infierno huecos,
sin voluntad ni risa,
como cascos vacíos.
Sin trabajo, sin hogar
y sin patria,
ya ni el cielo ni el
viento os pertenecen:
son de estos hombres
de humo que envenenan
el aire con sus
cuerpos podridos, donde anidan
los números abyectos,
causa de la miseria,
mortal como la peste,
que recorre la tierra.
Ratas que mondan la
hermosa piel azul
con el ácido verde de
su orina,
emborronando
el día de sucias
serpentinas. Son los mismos
que queman las
cosechas para subir los precios
y jugar en la bolsa
con la hambruna.
Los que borran países
de los mapas
con el pulgar
enhiesto, y arrasan a los pueblos
de civilizaciones
milenarias -ay, Grecia-
con las bombas de su
codicia en llamas.
Hombres de gestos
grises y próstatas zurcidas
con el hilo de oro del
manto de la Virgen,
que viajan en
vehículos blindados,
se esconden en altas
madrigueras, protegidos
por mil canes feroces
y duermen en sendas
cajas fuertes: tienen miedo.
Como estatuas de frágil escayola,
desde su pedestal
parecen fuertes,
vivos, aunque sepamos
que no tienen corazón.
Los podréis conocer:
toda la peste
viste trajes de lana
gris inglesa,
tiene grises y escasos
los cabellos,
ojos de acero astutos,
escondidos,
que congelan la luz de
la mañana.
Utilizan palabras
terminales
y su sueño voraz hiela
la sangre:
quieren el Partenón,
el Coliseo,
la Puerta de Alcalá;
ser los dueños de Europa.
Nosotros les sobramos
y van a devorarnos.
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