You can fool all the people some of the time, and some of the people all the time,
but you cannot fool all the people all the time.
(Abraham Lincoln)

jueves, 18 de octubre de 2018

Esvásticas en Madrid



Debate clásico es el del enfrentamiento entre la “censura” y la “libertad de expresión”. Pero, como todo o casi todo en esta vida, creo yo que hay siempre factores relativos que mediatizan sin lugar a dudas los reinos de los absolutos. No es lo mismo decir cualquier cosa en cualquier contexto y en cualquier geografía.
El artículo 86a del Código Penal alemán (y similar prescripción opera en Francia e Italia), prohíbe el saludo nazi brazo en alto, gritar "Heil Hitler" y pintar esvásticas. En Alemania es ilegal exponer símbolos de asociaciones que incuestionablemente, como el nazismo, estén prohibidas porque se dirijan contra el orden constitucional o contra los principios del entendimiento de los pueblos. El dueño de un bar en Augsburgo (Baviera) se enfrentó en 2016 a una pena de tres años de prisión exhibir en su establecimiento cinco botellas de vino etiquetadas con el rostro de Hitler. El Código alemán señala en especial a quien erija en el territorio, distribuya, o emplee públicamente banderas, escudos, partes de uniformes, consignas, y formas de saludo.
Nada de esto es invocable directamente en España. Así podemos escuchar públicamente cada día con mayor virulencia y desvergüenza: vivas a nuestro tirano, botellas etiquetadas con su jeta, banderas preconstitucionales, y un largo etcétera de “expresiones” amparadas en una “libertad” que algunos pensamos que debería haberse cuestionado en nuestro Código Penal, como mínimo en el de 1995, sin por ello colisionar con el legítimo y amplísimo principio de la libertad de expresión de que gozamos todos. Porque, como dijo Reginald Bassett: “La pregunta es si vamos a permitir a los enemigos declarados de la democracia utilizar la maquinaría democrática con el único propósito de derribar la democracia”.
En fin, el caso es que hoy constato que aquellos que, con razón, no se atrevían hace unos años a levantar públicamente su Vox, quiero decir su voz, para gritar sus consignas fascistas, hoy, en una deriva asfixiante para los diferentes, se lanzan libremente a proclamar su ideología de odio y xenofobia amparados en algunos principios que precisamente querrían conculcar en cuanto ostentaran el poder.
Y no puedo dejar de angustiarme cuando de repente me encuentro en las calles de la capital esvásticas como estas que he fotografiado hoy en pleno centro madrileño, en un barrio de clase media-alta. Me he sentido retrotraído, sin aliento, con desaliento, a finales de los años 70.

Se envalentonan otra vez quienes ahora empiezan por mancillar nuestro espacio público y ciudadano con símbolos que representan, no ideas, sino simple y espeluznantemente millones de asesinados.
Mañana, ¿a qué se atreverán amparados en nuestra cómplice indiferencia?
Concluyo. Como ayer homenajeábamos a ese lujo de la Humanidad que fue y es Elvira Daudet, vayan aquí, para iluminarnos, sus siempre indómitas palabras:

RATAS
(Elvira Daudet, “Poesía póstuma”, Ed. Evohé)

¡Alerta, ciudadanos!, una feroz camada
de hombres grises ha invadido la tierra.
Son hombres de ceniza, despiadados,
grises como el cemento, sin espina
dorsal que los sostenga de pie como a los hombres,
aplastan las estrellas como chinches,
y quieren apagarnos la luna y cosernos
los besos. Si los dejáis os beberán la sangre,
arrasarán los sueños, junto al vino
y el pan que os alimentan. ¡Despertad!
Vigilad noche y día a vuestros hijos,
antes de que os los roben
y les saquen su corazón de tórtola,
o el hígado para hacerse un trasplante,
como el hombre del saco
de los terribles cuentos infantiles.
A veces les succionan el cerebro
y los devuelven del infierno huecos,
sin voluntad ni risa, como cascos vacíos.

Sin trabajo, sin hogar y sin patria,
ya ni el cielo ni el viento os pertenecen:
son de estos hombres de humo que envenenan
el aire con sus cuerpos podridos, donde anidan
los números abyectos, causa de la miseria,
mortal como la peste, que recorre la tierra.
Ratas que mondan la hermosa piel azul
con el ácido verde de su orina,
emborronando
el día de sucias serpentinas. Son los mismos
que queman las cosechas para subir los precios
y jugar en la bolsa con la hambruna.
Los que borran países de los mapas
con el pulgar enhiesto, y arrasan a los pueblos
de civilizaciones milenarias -ay, Grecia-
con las bombas de su codicia en llamas.
Hombres de gestos grises y próstatas zurcidas
con el hilo de oro del manto de la Virgen,
que viajan en vehículos blindados,
se esconden en altas madrigueras, protegidos
por mil canes feroces
y duermen en sendas cajas fuertes: tienen miedo.
Como estatuas de frágil escayola,
desde su pedestal parecen fuertes,
vivos, aunque sepamos que no tienen corazón.

Los podréis conocer: toda la peste
viste trajes de lana gris inglesa,
tiene grises y escasos los cabellos,
ojos de acero astutos, escondidos,
que congelan la luz de la mañana.
Utilizan palabras terminales
y su sueño voraz hiela la sangre:
quieren el Partenón, el Coliseo,
la Puerta de Alcalá; ser los dueños de Europa.
Nosotros les sobramos y van a devorarnos.

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