You can fool all the people some of the time, and some of the people all the time,
but you cannot fool all the people all the time.
(Abraham Lincoln)

martes, 8 de abril de 2014

La unidad de "Españas"

A poco que uno reflexione sobre España descubrirá algunos de los resortes que indefectiblemente son seña de nuestra identidad.

Por un lado el desprecio de nosotros mismos. Somos expertos en vilipendiarnos o, como poco, en pensar siempre que lo de fuera es mejor que nada nuestro. El desconocimiento, por ejemplo, de las gestas de nuestros exploradores en América, África o Asia es paradigmática. Sobre ello volveremos en otro “Maine”.

Pero otra de las características generales de “españolidad” es la de que si algo une unánimemente a los españoles, eso es el anticatalanismo. (Tanto es así que si un partido como el PSOE quiere empeñarse concienzudamente en perder sin ningún género de duda unas próximas elecciones generales en España no tiene más que elegir un candidato catalán. Si los errores durante el segundo Gobierno de ZP provocaron la unión de los centristas en la desafección y el voto contra el socialismo –más que a favor del PP-, un candidato catalán tendrá la virtud de alejar de las urnas hasta a los más socialistas de Andalucía o Extremadura, a los que une secularmente un anticatalanismo endémico y enfermizo).

Anticatalanismo que tal vez se explica (que no justifica) en cuestiones históricas. Algunas que van desde lo más cercano: Cataluña se adelantó a Madrid en proclamar la II República; a lo más antiguo, antes de que existiera el propio concepto de “España”: Luis el Piadoso conquistó Barcelona en 801, estableciendo en el Condado de Barcelona la capital de la Marca Hispánica, tiempo en el cual Zaragoza era ciudad del emirato omeya de Córdoba (curioso que en la “Marca” surgiera un condado, cuando condado procede de conde, que significa “el que va con uno”, mientras que marqués, del provenzal, era algo así como el adelantado de la frontera o “marca”). Así a los catalanes los llamaban los árabes “francos” y de ese modo los denomina el Cantar del Cid en 1140. El caso es que fue en 809, con el alzamiento de Wilfredo el Velloso contra Francia cuando empieza la carrera histórica de Cataluña como unidad independiente.

El Condado de Barcelona será independiente de la monarquía franca con Berenguer Ramón I (1018-1035). Por su parte Aragón se constituyó en reino con Ramiro I (1035-1063) y ambos reinos se unen bajo Ramón Berenguer IV (1131-1162).

O sea, es el natural movimiento norte-sur de la Reconquista el que lleva a Cataluña a ser la fuerza impulsora de la federación con Aragón y no al revés. Ya cita Salvador de Madariaga: “Ramiro II de Aragón casó a su hija a la tierna edad de dos años con el conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV. La Corona de Aragón pasó entonces a manos del conde catalán, que tomó el título de Príncipe y Dominador de Aragón. Mas a  su muerte (1162), Ramón V, su hijo, se coronó como el primer rey de Aragón Conde de Barcelona, con el nombre de Alfonso II, I de Cataluña (1162-96). Ese es el momento en que Cataluña (vocablo que aparece en el siglo XII) se convierte en Aragón. Por supuesto el criterio de “jerarquía” de rey aragonés versus conde catalán no tiene valor alguno: “en aquel tiempo no se distinguía claramente entre la nación que un rey o conde regentaba y el patrimonio privado que poseía”…

En todo caso, tonterías, porque si vamos suficiente para atrás en la historia, todos somos súbditos de Lucy, una australopitecus habitante de Etiopía hace más de 3 millones de años. y al fin y al cabo, entre las miles de frases ingeniosas que se atribuyen (con justicia o sin ella) a Oscar Wilde está la de que la “Historia es la relación detallada de hechos que no sucedieron nunca”.

Mayor importancia que el qué fue antes, si el huevo catalán (que lo fue) o la gallina maña, sería la historia de agravios objetivamente sufridos por Cataluña y que empiezan, por ejemplo, cuando la Castilla ya unificada en “España” no permitió a los catalanes el comercio con las Indias recién descubiertas por Colón (según cláusula del testamento de Isabel la Católica que reservaba a sus propios súbditos la explotación del Nuevo Mundo, citada por Claudio Sánchez Albornoz en su “España, un enigma histórico”).

A ello sigue el Conde Duque Olivares con Felipe IV que provoca la rebelión de 1640 al preparar secretamente abolir la autonomía catalana. También con Felipe V, tras el Tratado de Utrecht, se eliminan instituciones, fuero y lengua de Cataluña. Todo ello rematado entre 1822 y 1845 con la desaparición de su código penal y el de comercio, sus tribunales, su moneda, su administración regional y el uso de su idioma en las escuelas de Cataluña, esa de la que Madariaga reconocía ser “un espíritu nacional definido, una cultura, una civilización con características propias que se reconocen a primera vista”. Aunque a continuación añade el historiador que “es una de las naciones españolas profundamente unida por la naturaleza y por la historia, como lo está por la geografía y la economía, con las demás naciones de la Península”. Algo muy cierto, pero siempre que haya un respeto y un reconocimiento a aquella verdad primera, la de la particular identidad nacional de Cataluña.

El tema de las relaciones económicas entre Cataluña y el resto de España tampoco es cosa nueva. Aunque durante el siglo XIX primó la realidad de la preponderancia de la solidaridad de Cataluña con Castilla, ambas regiones combatían los hechos con otras realidades no exentas de razón como que el agricultor castellano se quejara de que no podía producir grano barato por tener que comprar paño catalán muy caro; y que los industriales catalanes reivindicaran que se les permitiera importar alimentos extranjeros en vez de ser obligados a comprar trigo y carne castellanos peninsulares, más caros… Ya lo dicen los franceses (sigo citando a Madariaga): “cuando todo el mundo tiene la razón, todo el mundo está en el error”.

Así, necios, claro, los hay en ambos extremos. Recuérdese al doctor Robert, alcalde de Barcelona, que “alcanzó a vislumbrar una diferencia de dimensiones craneanas entre el catalán y el mero español, a favor, por supuesto, del catalán”…

Pero tan necios, por envidia tal vez, son aquellos que, como decía más arriba, se sienten más unidos por el anticatalanismo que por otra cosa y critican a los catalanes cosas que en otros ni toman en consideración. Y mienten con radical interés. He viajado muchas veces por Cataluña y ni una sola vez he tenido ningún problema de comunicación por la lengua. Siempre enseguida y generosamente se han expresado en castellano para que les comprendiera. Cuando la verdadera falta es siempre la del resto de españoles que desconocemos lenguas que son de nuestra propio país y hablamos las de otras latitudes. Poco patriotas resultamos cuando damos la espalda a la cultura y la lengua de partes tan relevantes de nuestra patria como Cataluña.

En todo caso nos encontramos en el borde de un precipicio vertiginoso en el que creo que nuestros gobernantes deben ser prudentes en las cosas que anuncian. Véase el ejemplo de Crimea. Todos aquellos que invocaron las penas del infierno contra la “posibilidad” de la anexión rusa ahora tienen que hacer cábalas y malabarismos porque esa posibilidad se ha convertido en un hecho irrefutable que nadie va a cambiar. Ni sanciones ni amenazas (incluida la de la ampliación de ese contrasentido geopolítico que es la OTAN, barro del que vienen muchos lodos) harán que la situación vuelva atrás.

Algo que era evidente para muchos antes de que sucediera: que si Crimea se unía a Rusia nada “grave” –como una escalada bélica- acabaría resultando. Así que habría sido recomendable un poco más de contención verbal europea y americana para ahora minimizar el ridículo hecho. Que Rusia invocaría el tema de la independencia y reconocimiento internacional en 2008 de Kosovo (otra de barro y lodos) era algo evidente. Y que la fuerza de los hechos convertirá en “legal” la situación por ilícita que algunos la consideren hoy es algo también previsible.

Tomemos pues nota de todo esto para el caso catalán. Que la independencia unilateral de Cataluña de suceder pueda considerarse “ilegal” desde el punto de vista de la Constitución española y del derecho de autodeterminación de la ONU como tal, no significa que no pueda ocurrir mediante un acto “constituyente” decretado por el propio Gobierno catalán. Acto constituyente del que emanaría una nueva realidad. Pongámonos en que Cataluña declara unilateralmente su independencia, con las consecuencias prácticas que sean como la de su inicial pertenencia o no a la UE. ¿Qué pasaría después? Pues que en cualquier momento surgirían países que reconocerían su estatus, por todo lo espurios que se quieran que sean los motivos de quienes reconocieran el nuevo Estado Catalán. Pero lo harán. Y entonces ¿qué haría el gobierno de España? ¿Mandar al Ejército? Más bien creo que habría crujir de dientes, arrancarse de cabellos, darse golpes en el pecho y finalmente… aceptación del hecho como en Ucrania. Y dentro de 370 años, nadie recordaría cómo se independizó Cataluña de España. O Escocia del Reino Unido.

Claro que para otra solución tal vez haya ocasión todavía. Digamos que algo así como retomar el espíritu de las Bases de Manresa (1892) que tendían a “conquistar para todo un pueblo la libertad de evolución de su propia ley vital” (Salvador de Madariaga). Esto es, alcanzar el máximo de autonomía imaginable en un sistema plenamente federal, aceptando que haya diferencias profundas y esenciales entre los ciudadanos de una u otra región/autonomía española. Tomemos el ejemplo de Norteamérica, paradigma  a la vez de estado unitario y federal, donde conviven bases comunes e igualitarias con los más extremos hechos diferenciales. Qué minucia resulta pensar en que en Extremadura o Canarias alguien tenga derecho a una desgravación fiscal mayor o menor cuando entre dos Estados de EEUU colindantes se da la mayor diferencia respecto del más sagrado derecho humano, el derecho a la vida. Cometer un delito a un lado u otro de una frontera, esto es, a un metro más acá o más allá, en Norteamérica, te puede llevar a una prisión o por el contrario  a una inyección letal. Eso sí que son hechos diferenciales y no café para todos.
 
En fin, recordemos, Cataluña ya fue independiente hace no tantos años, cuando el 14 de abril de 1931 el coronel Maciá proclamó “L’Estat Catalá, sota el régim d’una Republica catalana, que lliuremente i amb tota cordialitat anhela i demanda als altres pobles germans d’Espanya llur collaboració en la creació d’una confederació de pobles ibérics…”. En aquel momento la “divergencia entre Madrid y Barcelona sobre el verdadero carácter del Estado que se había proclamado en Cataluña se produjo en una atmósfera de cordialidad y el conflicto se resolvió por negociación amistosa donde el Estat Catalá se transformó en la Generalitat con un procedimiento de relaciones constitucionales ‘equitativo’ para ambas partes”.

No tengo duda de que ese procedimiento hoy se llama Estado de las Autonomías, pero tal vez el concepto de ‘equitativo’ sea en el que haya que ahondar. Equitativo entre España y Cataluña lo que no quiere decir que deban ser idénticas las relaciones entre, pongamos, La Rioja y España y entre Cataluña y España. La alternativa, ya se sabe…

Todo puede suceder, eso es algo que nos enseña la historia. Particularmente, mi principal rechazo a la independencia de Cataluña no tiene que ver con el hecho identitario, sino con que se me ocurre que en una Cataluña independiente, el gobierno caería per secula seculorum en manos de su derecha más rancia y catolicona, sin contar entonces con el mínimo contrapeso que de vez en cuando puede ejercer la izquierda desde el Gobierno central. Pero eso, el Gobierno que rija la vida catalana, es algo que tocará decidir en las urnas a los propios catalanes en el caso de su independencia, del mismo modo que ahora lo hacen en su autonomía.

Así que no queda otra cosa que esperar de nuestra clase política, tanto española como catalana, un mínimo de imaginación, creatividad, generosidad, conocimiento de nuestra propia historia y sentido común. ¡Casi ná! Que Zeus nos pille confesados.

© Imágenes periodistadigital.com, president.cat, euskomedia.org, ateneodecordoba.com
 

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