Hay una abrumadora indecencia estructural en nuestra
sociedad. Esta indecencia se manifiesta en diversas formas. Indecente es la
venta de armas de unos países a otros; indecente es que 8.500 niños mueran al
día de hambre; indecente es la violencia contra las mujeres por doquier; indecentes
los paraísos fiscales, la corrupción; y muchas otras indecencias siembran este
mundo contemporáneo donde si hay una cuestión filosófica relevante por
antonomasia no es otra que la Maldad.
Pero hoy quiero comentar apenas la indecencia de la
humillación. Una humillación convertida en endémica, en condición
intrínseca del capitalismo en el que la competitividad ha tomado la forma de
dios supremo, entendida esta competitividad no como superación de uno mismo por
sí mismo sino a través de la indispensable defenestración, aniquilación y
extinción del “contrario”.
Humillación que tomando unas y otras definiciones podemos
describir como la emoción que surge cuando una persona (o grupo) se siente
injustamente devaluada o rebajada por otros (ya sean personas o instituciones)
provocando que aquel pierda su autorespeto, interiorice su propia devaluación
como individuo, acepte la pérdida de su dignidad humana y llegue a considerarse
excluido de la categoría humana, hasta el extremo de la cosificación.
En este sentido de la competitividad se suele poner de
ejemplo en las escuelas de negocio el ámbito del deporte y no son pocos los
deportistas de elite que dan clases de motivación y competitividad en MBAs.
Pero nada está más alejado de la verdadera competitividad deportiva que la
empresarial capitalista.
Aprovechemos las Olimpiadas de Río de Janeiro y recordemos
los “Ideales del Olimpismo” para encontrar la radical diferencia entre un tipo
y otro de competitividad. Ello resulta diáfano en el mensaje que el Comité
Olímpico (en su campaña “Celebremos la Humanidad") manda a los participantes:
You are my
adversary, but you are not my enemy.
For your
resistance gives me strength,
Your will
gives me courage,
Your spirit
ennobles me.
And though
I aim to defeat you, should I succeed, I will not humiliate you.
Instead, I
will honor you.
For without
you, I am a lesser man.
Eres mi adversario, pero no mi enemigo.
Tu resistencia me da fuerza,
tu voluntad valor,
tu espíritu me ennoblece.
Y aunque mi objetivo es derrotarte, si lo consigo, no te
humillaré.
En vez de ello, te honraré.
Porque sin ti, yo soy un hombre menor.
Si esta visión de la competitividad, una visión cooperativa
en el fondo, donde para nuestro triunfo necesitamos el triunfo de los otros, se
aplicara en los negocios, en las relaciones internacionales, en la vida social,
tal vez la esperanza de un nuevo mundo volvería a alentar los corazones de los
hombres de buena voluntad…
Cuánta razón tienes, querido. Pero parece que es predicar en el desierto, mientras pasa la "carrera" rallie Dakar.
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