You can fool all the people some of the time, and some of the people all the time,
but you cannot fool all the people all the time.
(Abraham Lincoln)

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Papanatismo



Encuentro cada día más avanzado en mí algo que lo mismo es un irreversible proceso de necrosis mental. Una de dos, o me estoy convirtiendo en un reaccionario de las costumbres que ha regresado en la máquina del tiempo de las ideas al mundo de mi padre y allí se encuentra acogido a gustito, o he dejado de comprender a mi contemporánea sociedad porque esta se ha ido tan hacia el futuro y a tanta velocidad que yo no he sido capaz de seguirla, quedándome rezagado, fuera de la realidad.
Para muestra un botón. Este libro para niños que es todo un “best seller” occidental. Cuelgo fotografías de algunas de sus páginas. Me da que son auto explicativas. He seleccionado solo unas cuantas (de las 130 o así que tiene) pero son todas a cual más espeluznante. Pero, ecuánime, he copiado también las únicas dos que no promueven el gran mensaje del texto, de que “Crear es destruir”. Una, bendita sea, es la página de los buenos pensamientos. Menos mal. La otra es una para la lista de la compra. Está claro que lo único adicional que se le ocurre al autor que no sea romper algo es consumir. Vivan los centros comerciales.
El caso es que, a la luz (a la sombra) de este ejemplo, ¿no se explicarán muchas conductas de demasiados niños de hoy? ¿Son estos los valores que queremos que descubran nuestros hijos? ¿La destrucción es creadora?

Destruir no es crear. Ni viceversa. Cierto que transformando algo, una piedra, una palabra, se puede generar otra realidad nueva, creada. Una escultura, un poema. Pero la destrucción por sí misma no conduce más que al desprecio del patrimonio común, a reforzar ese sentido de ser amos de la naturaleza y permitirnos maltratarla porque es nuestra y nada más.
Pero fijémonos que hasta Cioran, paradigma de una filosofía de la autodestrucción, en su afán intelectual por demoler el mundo de los apriorismos y prejuicios que él había heredado, cuando escribió sus desesperados “Del inconveniente de haber nacido” o “Breviario de podredumbre” no dejó de hacerlo a través de un nihilismo constructivo que generaba otra verdad, no simplemente la aniquilación inane de la anterior visión del mundo.
Y lo que es más, detrás del papanatismo del que es prototipo ese “Destroza este diario”, ¿no subyace una explicación al interrogante de tantos que no aciertan a comprender los trastornos crecientes del comportamiento de algunos niños? La falta de respeto por todo y todos; la desobediencia como valor supremo sin nada que lo sustente… Y luego algunos de esos niños acaban atiborrados a pastillas. Calmantes seguidos de antidepresivos en un ciclo inducido de subidas y bajadas de sus estados de ánimo. Farmacología al servicio del atajar el síntoma sin recapacitar en el origen del foco infeccioso.
¿Qué aporta la pose impostada de libros como el que critico en mi incomprensión de hombre “demodé”? Nada en absoluto, apenas la estulticia universal, sabiamente aliada con técnicas comerciales de la más baja estofa capitalista.
Así, grandes libros para niños viven en la sombra de las estanterías esperando sin fortuna las manos infantiles que los descubran. Y sin embargo, malsanos textos como el de “Destroza este diario” forran a su autor y su editor, aliados con la mediocridad y la obsesión occidental contemporánea por el esperpento.
Parece que el hecho sea que vivimos unos tiempos de aburridos, de extenuados que se creen haberlo hecho y vivido todo y que buscan en lo grotesco y lo extravagante lo único que puede sacarlos del abotargamiento de sus excesos. Tanto mamarracho dándoselas de artista. Tanto espantajo espectador creyéndose posmoderno por alabar estos adefesios.
Exagerado seré, no lo dudo, pero estas modas son síntomas para mí de un modo de vivir en el mundo sin valorar lo que se tiene, despreciando los bienes propios y comunes. Una cultura de los satisfechos, que dijo Galbraith, de acólitos del derroche basada en que todo se puede sustituir por algo nuevo porque vivimos (los nordacas) en la sobreabundancia.
Y más preocupante me parece todo esto porque no es nada nuevo. Ya hace diecisiete años publiqué unas reflexiones relacionadas con este especie de síndrome de la posmodernidad que, creo, vienen a cuento otra vez aquí:
“He caído en el desaliento una vez más, en la desconfianza en la especie humana, porque vuelvo a comprobar el enfermizo gusto por lo monstruoso, lo deforme, lo ‘freak’, las excentricidades sin valor. Esos que adoran ver pequeños, diminutos fetos atestando botes de farmacia en su formol en una exposición “de arte”. Esa gente a la que le hacen gracia las cenizas que quedan de un millón de hombres incinerados en un campo de concentración.
Esa gente no es gente, porque pagarían lo que fuera por una película en la que mataran de verdad a otra gente, que sí es gente. O se quedan de madrugada viendo videos de catástrofes reales. Entusiastas de lo sórdido y lo abyecto, se ríen por lo bajo y cuchichean mofándose de los demás. Pero se callan irremediablemente a la hora de decir en público lo que ellos piensan, porque nada piensan. Ellos nunca irían a perder su tiempo a una manifestación contra la pena de muerte o a solidarizarse con los despedidos de una multinacional. Aunque pasarían horas bajo lluvia y sol por conseguir una entrada para ver a la mujer barbuda del circo. Son los que imitan al cojo por la calle, los que se desternillan desmesuradamente cuando a Charlot le pegan bofetadas y todo le sale mal.
Porque así se sienten a salvo de su propia mediocridad, la de gozar con el horror y creerse inmunes y superiores. Y engrosan el patrimonio de su vil e ignominiosa existencia con esos espectáculos, como si su afán de quince minutos de gloria se satisficiera identificándose con el más imbécil interno del “Gran Hermano”.
Uno, a la luz de esto optaría por la pronta desaparición, pero gracias a Dios existen otros que me redimen de mi propio cansancio, mi escepticismo, mi desánimo. Son aquello luchadores contra el absurdo que se empeñan en la belleza a veces inútil de sus gestos/gestas sin recompensa, son los que te citarían a A. Szerb que, antes de morir en un campo nazi, dijo: ‘sólo importa el momento, porque un momento verdaderamente hermoso no termina nunca’.
Así ha de seguir este mundo nuestro en el que sólo tenemos que elegir estar con unos en el gusto envilecedor por la abyección fomentando estulticia, alienación, cretinización y embrutecimiento a manos llenas (más bien vacías), o con otros dejando pétalos de nuestra propia vida para que el mundo sea un lugar donde el amanecer no sea sólo una metáfora”.
Pero hoy, cuando veo que han trascurrido tantos años y vamos a peor con libros de éxito para niños como el que he traído aquí, pienso que todo está perdido y que así nos va, me temo. Y me embosco. Lejos.

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