Parece que en nuestros días el principal (si no único) modo en el que una mayoría de ciudadanos expresamos nuestra “rebeldía” es en la apariencia física: ropa, tatuajes, peinados. Por desgracia, el hecho precisamente de que “podamos” expresar así la rebeldía, sin ser encarcelados por ello, desposee de su íntima naturaleza a esa supuesta rebelión.
Lo grave es, me temo, que nos encontramos ante un espejismo
de libertad individual de indumentaria, gestos y comportamientos (cuyo
principal efecto a veces no es otro que la falta de urbanidad) que contrasta
con la sumisión a lo esencial.
Y lo peor de todo es que finalmente para muchos de nosotros,
venir al trabajo sin corbata, lucir un arete de pirata en la oreja o un
pirsin en el ombligo o tatuarnos el hombro, parece exonerarnos de otras
responsabilidades como la de alzarnos contra cuestiones de mayor enjundia:
injusticias, holocaustos migratorios, resignación ante la inanidad de la
democracia abducida por fácticos poderes (“donde obediencia, meritocracia y
desigualdad de clase se habrían naturalizado bajo una apariencia falsamente
democrática”)…
Pero tal vez no sea nunca tarde para reaccionar. Para
intentar vislumbrar la confusa realidad (confusa por intereses muy concretos)
desde una óptica que permita comprender las relaciones ocultas de la verdad.
Así creo que un buen incentivo es leer los libros “Postfascismos. El lado
oscuro de la democracia”, de José Manuel Querol, Díaz & Pons, editores (del
que ya hablé en su momento) y “¡Suban a bordo!, introducción al fascismo de
baja intensidad”, de Antonio Méndez Rubio, Editorial Grupo 5:
“Internet y otros medios electrónicos se fundamentan en la
velocidad y en la distracción, en la atención cambiante a toda prisa. Las
emociones superiores, como la empatía y la compasión, emergen de procesos
neuronales que son lentos por naturaleza. Cuanto más distraídos nos volvemos,
menos capaces somos de experimentar dichas emociones, o de ver las cosas desde
la perspectiva de otros. Es posible que estas tecnologías estén minando nuestro juicio moral…” (M.
Berman).
“Esta tendencia al conformismo es más amplia y más profunda
en el mundo contemporáneo que en el pasado: la estandarización de los modos de pensar
y de obrar alcanza proporciones incluso continentales” (A. Gramsci).
“El fascismo funciona más bien como una constelación o ‘red
compleja de interacción’ entre elementos que tal vez no sean fascistas tomados
uno por uno, pero que al interactuar unos con otros en determinados contextos
de crisis socioeconómica y política activan la maquinaria catastrófica del
fascismo” (R. O. Paxton).
“El fascismo de hoy, a diferencia del fascismo clásico, es
más difícil de combatir porque lo llevamos en el fondo de nuestros corazones.
El fascismo de baja intensidad, en este sentido, pivota no ya en torno a la
política del Estado como ocurría con los fascismos clásicos, sino en torno a la
economía de mercado y los enclaves estratégicos que son la ciudad, la marca y
ese espejismo interesado que sería la aldea global. De hecho, los golpes de
Estado han cedido su puesto a la pujanza al aparecer incontestable de un nuevo
totalitarismo de mercado, globalizado, en abierto” (M. Vázquez Montalbán y A. Méndez
Rubio).
“Lo que se oculta, con Google, bajo las apariencias de una
interfaz y de un motor de búsqueda con una rara eficacia, es un proyecto
explícitamente político. Una empresa que cartografía el planeta Tierra,
enviando equipos a cada una de las calles de cada una de sus ciudades, no puede
tener intenciones llanamente comerciales. Nunca se cartografía sino aquello de
lo que uno medita adueñarse” (Comité Invisible).
“Los resultados de esta despreocupada sociedad de consumo
son los de una dictadura” (P.P. Pasolini).
“Todo está planteado para crear una conciencia de
subordinación. Lo único que queda es el individuo que maximiza su riqueza y se
subordina al poder sin pensar en nadie más. Y eso tiene unos efectos. Se puede
observar en las multitudes. Una de las primeras tareas consiste en hacer que la
gente entienda que vive en condiciones de opresión y dominación. No es nada
obvio, y quién sabe qué formas de opresión y dominación estamos aceptando ahora
mismo sin llegar siquiera a percatarnos” (N. Chomsky).
“El fascismo moderno se inhibe en la asunción indiscriminada
del autoritarismo, el industrialismo inhumano y la estandarización de los
comportamientos y las actitudes. Como si resaltar la figura contribuyera a no
ver el fondo. La situación en esto es análoga a la que ocurre con la opinión
pública (que paradójicamente, como dice Habermas, está en manos privadas)
cuando se informa sobre la corrupción: se enfoca de forma tan personalizada
que, a más información sobre la corrupción de la clase política, menos análisis
de la corrupción propia de un modelo político como el vigente, donde el primado
de los intereses privados bloquea el acceso a una regulación equitativa del
interés público o bien común” (A. Méndez Rubio).
“¿Por qué hay gente que confunde lo utópico con lo
prohibido?” (El Roto).
“¿Los refugiados (‘el precio que paga la “humanidad” por la
economía global’, según S. Zizek) venidos de Siria y otros países árabes o en
guerra supone una “puesta a prueba de las fronteras de Europa”? ¿De verdad? ¿De
verdad la muerte de adultos, ancianos y niños lo que está planteando es el
problema de las “fronteras de Europa”? ¿Tan sencillamente cínico como eso? ¿Es
eso simple y llanamente lo que se pone de manifiesto cuando, en los primeros
días de septiembre de 2015, la política de fronteras en Austria recurre al
marcaje con números en la piel a las personas en busca de refugio, de comida,
de trabajo, de techo?” (A. Méndez Rubio).
“La próxima ola de fascismo vendrá con una cara amable”
(Michael Moore, noviembre 2016)… Pero no nos precipitemos: no es Trump quien
traerá esa ola, es esa ola la que ha
subido a Trump, como a tantos otros en otros países, hasta lo más alto” (A.
Méndez Rubio).
“Tenemos ya informes que registran cómo en torno a la mitad
de las personas sin hogar sufren agresiones y vejaciones en la calle, dos de
cada tres agresiones con testigos pasivos, y mayormente provocadas por jóvenes
que incluyen esa violencia en sus noches de diversión” (A. Méndez Rubio).
“En el cine comercial de Hollywood, sin ir más lejos, es más
fácil encontrar representaciones del fin del mundo, de que la humanidad se
acaba del todo, antes que propuestas imaginativas sobre el final del
capitalismo. La industria cultural prefiere el apocalipsis antes que un mundo
nuevo” (A. Méndez Rubio).
“La pauta del fascismo clásico que orientaba la acción
represiva y de exterminio hacia la “raza” (criterio de identidad étnico-nacional)
se ha desplazado así hacia un foco puesto en la “clase” (o sea, la pobreza
global, que es para el sistema neoliberal una especie de adicción imparable e
imprescindible para la reproducción del propio sistema). Dice Zizek que se
trata con los refugiados de una nueva “lucha de clases”, pero eso parece un
eufemismo cuando una de las dos partes se hunde en la impotencia de no poder
luchar salvo para sobrevivir. Los intereses macroeconómicos se dinamizan más en
concreto a través de esa punta de lanza del mercado que son las corporaciones
del audiovisual o mass-media, con sus nuevas tecnologías de manipulación y
seducción de masas… … como vamos formando corazas en torno nuestro, corazas de
tipo defensivo-agresivo, que en ciertas minorías de ultraderecha son corazas
violentas, volcadas en la fuerza física, más tradicional, pero que hoy, con la
globalización acelerada de la ‘cultura de la imagen’ (‘el fascismo es la
política convertida en escenografía, en estética de fuerza y poder’, J.M.
Querol), lo que se vuelve ‘normal’ es la formación de corazas a través
precisamente de imágenes o autoimágenes. Esa proliferación saturada de imágenes
nos permite vivir en una sensación de confort, de entorno ‘indoor’, como si no
pasara nada, con un sentimiento de falsa seguridad que es justo lo que luego
nos hace reaccionar ante el otro como si fuera una amenaza, y como si nosotros
fuéramos una manada de perros defendiendo nuestro supuesto territorio” (A.
Méndez Rubio).
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