You can fool all the people some of the time, and some of the people all the time,
but you cannot fool all the people all the time.
(Abraham Lincoln)

jueves, 21 de noviembre de 2019

Épater les bourgeois


No me libro de sobresaltos apocalípticos.
Tuve ayer una reunión de política cultural en Bruselas con cierto parlamentario europeo teutón veinteañero.
La cosa ya empezó mal, paranoia de seguridad mediante, por la que no puedes ni pasar al vestíbulo y te hacen esperar a la entrada del Parlamento Europeo, por fuera, en la mismísima **** rue: veinte minutos (a 1 grado de temperatura, o sea que tocábamos a muy poco calor los muchos esperadores que éramos) hasta que baja el asistente del parlamentario europeo en cuestión, vocea tu nombre como en la lonja de Castellón y te recoge. Luego otros diez minutos para pasar los rayos en los que lo único que no me tuve que quitar de encima creo que fueron mis hernias discales. Para acabar otros siete minutos inviertes en conseguir una pegatina a cambio del escaneo del DNI.
En fin, nimiedades. Y al fin conseguimos desembarcar en el despacho del egregio parlamentario que nos recibe repantingado en su sillón mirándonos desde allí como si fuéramos dinosaurios sacados del museo de ciencias naturales sin siquiera quitarnos el polvo, mientras con presuntuosa ostentación hace malabares para que veamos que el tazón del que sorbe lleva escrito “I miss drugs”, echo de menos las drogas. Casi me da por decirle que yo echaba de menos a Enrique Urquijo, y, en fin, a tantos otros que se nos fueron montados a lomos de un caballo repugnante. Pero me callé porque me dolía la garganta del frío de la espera.
Pensé también que esa taza en el estante de su cocina habría estado “de muerte”, con perdón. Y que puestos a intentar ser legislador del común futuro europeo, sería más coherente, y complejo, una taza con el texto “legalizar las drogas” o algo así.
En fin, una vez que pude desprenderme de estos mis muy prejuiciosos prejuicios, el buen europarlamentario nos informó de que tenía que irse en cinco minutos a más altas dedicaciones pero que no quería dejar de transmitirnos sus portentosas ideas.

Y nos las soltó todas como el que inventa la rueda. De un tirón. Hasta que uno de nosotros tuvo a bien informarle que esas sus increíbles indispensables justas y benéficas ideas que proponía llevar a cabo para mayor gloria de la cinematografía europea, todas, estaban ya en vigor hacía un año mediante cierta Directiva Europea. Y que si tenía alguna otra brillante ocurrencia…
Entonces, mientras nos dejaba atrás corriendo a su más importante reunión que la nuestra, nos espetó que lo que había que hacer era fomentar “a tope” los videojuegos, porque los hacen los europeos más jóvenes.
Recogí mi bastón, mi sonotone, mis gafas de lejos y de cerca, mi marcapasos, y el peluquín y me fui hacia el aeropuerto dispuesto a ver desde las alturas el porvenir. O no.

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