No me libro de sobresaltos apocalípticos.
Tuve ayer una reunión de política cultural en Bruselas con
cierto parlamentario europeo teutón veinteañero.
La cosa ya empezó mal, paranoia de seguridad mediante, por
la que no puedes ni pasar al vestíbulo y te hacen esperar a la entrada del
Parlamento Europeo, por fuera, en la mismísima **** rue: veinte minutos (a 1
grado de temperatura, o sea que tocábamos a muy poco calor los muchos
esperadores que éramos) hasta que baja el asistente del parlamentario europeo en
cuestión, vocea tu nombre como en la lonja de Castellón y te recoge. Luego
otros diez minutos para pasar los rayos en los que lo único que no me tuve que
quitar de encima creo que fueron mis hernias discales. Para acabar otros siete
minutos inviertes en conseguir una pegatina a cambio del escaneo del DNI.
En fin, nimiedades. Y al fin conseguimos desembarcar en el
despacho del egregio parlamentario que nos recibe repantingado en su sillón
mirándonos desde allí como si fuéramos dinosaurios sacados del museo de ciencias
naturales sin siquiera quitarnos el polvo, mientras con presuntuosa ostentación
hace malabares para que veamos que el tazón del que sorbe lleva escrito “I miss
drugs”, echo de menos las drogas. Casi me da por decirle que yo echaba de menos
a Enrique Urquijo, y, en fin, a tantos otros que se nos fueron montados a lomos
de un caballo repugnante. Pero me callé porque me dolía la garganta del frío de
la espera.
Pensé también que esa taza en el estante de su cocina habría
estado “de muerte”, con perdón. Y que puestos a intentar ser legislador del común
futuro europeo, sería más coherente, y complejo, una taza con el texto “legalizar
las drogas” o algo así.
En fin, una vez que pude desprenderme de estos mis muy
prejuiciosos prejuicios, el buen europarlamentario nos informó de que tenía que
irse en cinco minutos a más altas dedicaciones pero que no quería dejar de transmitirnos
sus portentosas ideas.
Y nos las soltó todas como el que inventa la rueda. De un
tirón. Hasta que uno de nosotros tuvo a bien informarle que esas sus increíbles
indispensables justas y benéficas ideas que proponía llevar a cabo para mayor
gloria de la cinematografía europea, todas, estaban ya en vigor hacía un año
mediante cierta Directiva Europea. Y que si tenía alguna otra brillante
ocurrencia…
Entonces, mientras nos dejaba atrás corriendo a su más
importante reunión que la nuestra, nos espetó que lo que había que hacer era
fomentar “a tope” los videojuegos, porque los hacen los europeos más jóvenes.
Recogí mi bastón, mi sonotone, mis gafas de lejos y de
cerca, mi marcapasos, y el peluquín y me fui hacia el aeropuerto dispuesto a
ver desde las alturas el porvenir. O no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario