El tema de Greta Thunberg ha traído tantos comentarios en
las redes que, teniendo en cuenta mis sentimientos encontrados en el asunto,
estaba por dejar pasar la ocasión. Pero finalmente allá va la cosa.
Aviso: sé que no se estila en nuestros cibernéticos tiempos
los largos parlamentos, pero como digo más abajo, precisamente lo enormemente
complejo de la realidad de la cuestión impone extensión y profundidad.
Por eso, una parte de mí piensa que la repercusión (para
amigos y enemigos) de las palabras y los actos de Greta se debe a la naturaleza
propia de los tiempos que vivimos: banalidad, pensamiento débil, demagogia y
mediocridad intelectual. Quiero decir que la cuestión de la degradación
ambiental es algo de tal complejidad científica, política y de pensamiento que
me daba un poco de grima la simplificación buenista de Greta y su “hay que
hacer algo”, sin siquiera evaluar un poco, al menos un poco, las dificultades
de todo orden que se acumulan al respecto. Porque del mismo modo es buenismo
simplista, pero en sentido contrario, el de Rajoy su primo negando el cambio
climático porque ha leído un par de cómics.
La cosa tiene demasiadas aristas para contentarse con eslóganes.
Por señalar de corrido solo algunas: el derecho de “los” otros a conquistar el
bienestar primermundista con un esfuerzo razonable pero con su consiguiente
parte alícuota de carbonización, (no hablamos de unos pocos sino de miles de
millones de personas que en China, India o Brasil, verbi gratia, aspiran a
incorporarse a las clases medias mundiales, comer carne, leer a la luz de una
bombilla o moverse por el ancho mundo); la necesidad de repensar el modelo
actual de capitalismo en toda su amplitud ya que, incluso las actuales
propuestas ambientales de “reducción” de emisiones, tal vez no tan bien intencionadas,
se basan en un, para mí, torticero sistema de mercado de emisiones de CO2 que
perpetúa el erróneo “quien paga, contamina”, cuando el axioma debe ser “quien
contamina, paga”; y, la espinosa cuestión de la transferencia de tecnología,
sin la cual el desarrollo de los países más desfavorecidos y la transición de
sus economías, o bien les supone unos gravámenes indebidos, o bien les obliga a
mantener industrias intolerablemente contaminantes.
O sea, el tema tiene tantos matices, tantos factores, que
pretender dejar el debate intelectual a las capacidades de una niña de 16 años es
una broma. Tan broma como dejarlo en manos del primo de Rajoy tantas y tantas otras
gentes de 30, 40, 50 o yo qué sé qué años, que, a la vista de sus comentarios
en las redes, demuestran tener menos conocimiento de multitud de cuestiones
ambientales que Greta. Y que una ameba.
Lo que ocurre es que yo creo que, precisamente por tanta
ignorancia adulta, es por lo que el revulsivo de una adolescente reclamando
atención sobre el medioambiente y el planeta ha resultado algo muy beneficioso.
El hecho es que gracias a Greta parece que el mundo, o sea, las gentes que
habitamos este planeta, por fin nos hemos puesto a hablar de uno de los temas
de mayor envergadura para nuestra especie.
Porque muchos de nosotros llevamos o llevábamos infinidad de
años trabajando en el tema. Sí, pero con ridícula repercusión. Así que demos la
bienvenida al hecho de que gracias a Greta y su movimiento de adolescentes parece
que las masas de sobrevenidos solidarios hayan despertado a la realidad. Ya digo,
por ejemplo, entre 2004 y 2008, tuve la fortuna de participar en un equipo de mujeres
y hombres involucrados en una política ambiental que quería cambiar el mundo. Como
director general de calidad y evaluación ambiental de España y vicepresidente
del buró de la Agencia Europea de Medioambiente, en apenas cuatro años y en el
área de las emisiones, los residuos, la evaluación del impacto ambiental, etcétera,
aprobamos en nuestro país: decretos inexistentes antes para la correcta gestión
de los residuos de aparatos eléctricos y electrónicos, neumáticos fuera de uso,
aceites usados, residuos de construcción y demolición, pilas y baterías.
También elaboramos un decreto sobre la gestión ambiental de los suelos contaminados
y una importante modificación de la Ley de Envases y Residuos de Envases y el
Plan Nacional Integrado de Residuos, que, entre otras cosas, limitaba la
incineración. Aprobamos también la obligación de someter a evaluación ambiental
estratégica no solo los proyectos de obras sino los planes y programas, un real
decreto de energía eólica Marina, la Estrategia Española de Calidad del Aire y una
nueva Ley de Calidad del Aire y Protección de la Atmósfera (gracias a la cual
ayuntamientos como Madrid, aunque tardaron demasiado en decidirse a ello,
pudieron aprobar cuestiones como los protocolos de acceso motorizado privado a
la ciudad y el Madrid Central), decretos para la mejora de la calidad del medio
ambiente en España en lo relativo a compuestos orgánicos volátiles, prevención
y control integrados de la contaminación, techos nacionales de CO2, contaminantes
orgánicos persistentes… También se aprobó la Estrategia Española de Medio
Ambiente Urbano, normas de edificación sostenible o decretos contra el ruido, control
de sustancias químicas, prohibición de transgénicos en la UE, elaboración anual
del Perfil Ambiental de España, un informe basado en indicadores que permite de
un modo sencillo y amigable tener un rápido conocimiento de la situación y
evolución de la calidad ambiental de España. Y en materia de Investigación,
Desarrollo e Innovación duplicamos las convocatorias anuales abiertas de I+D+i,
incrementando anualmente un 24% el presupuesto alcanzando un total de unos 60
millones de euros.
En fin, como se ve, un importantísimo elenco de medidas
concretas que, gracias al impulso político de aquellos cuatro años maravillosos,
se pudieron llevar a cabo. Aunque parece que ni entonces ni aun ahora se sepa.
Un conjunto de complejas y múltiples actuaciones que dan valor al “hay que
hacer algo” de Greta. “Algo” no puede ser un desiderátum indefinido. Hay que
pasar de las musas al teatro. Aunque bastante de aquello que hicimos lo cierto
y triste es que lo desmontó concienzudamente el gobierno del PP del 2012 en
adelante.
Pero no solo reivindico aquí lo que algunos pudimos hacer
entonces. Habría que citar aquí a tantísimos científicos, activistas,
periodistas… en todo el orbe conocido, que llevan tantos años luchando por un
medioambiente acorde a la altura del hombre y que no han visto recompensados
sus esfuerzos con el reconocimiento ciudadano y la implicación de tantos. Algo
que sí ha conseguido Greta. Pero, repito, Bienvenida sea la evangelización,
aunque sea con el mensaje de la simplicidad.
Sí, porque resulta que en los tiempos que vivimos, acciones
no tan sofisticadas desde el punto de vista científico, político, intelectual,
consiguen infinitamente más repercusión que la actuación de expertos. Pero no
por ello debemos arrepentirnos del eco conseguido, sino aprovechar lo que
aportan para engrandecer el mensaje.
Véase otro ámbito como ejemplo: el de la reivindicación de
los derechos de las personas con discapacidad. Entre mayo de 2010 y diciembre
de 2011, también con un excelente grupo de comprometidos, como director general
en política social, pudimos sacar adelante, en tan exiguo margen de tiempo: la Estrategia
Española de Cultura para Todos, la Estrategia Española de Apoyo a la discapacidad
2012-2020, la normativa internacional de la ONU y la Ley integral de derechos de
las personas con discapacidad y un buen puñado más de proyectos que
favorecieron enormemente, perdón por la inmodestia, la vida de esos cuatro millones
de personas con discapacidad que viven en España. ¿Tuvo repercusión aquello? ¿Sirvieron
aquellas iniciativas para movilizar a la ciudadanía? Muy escasamente, y en todo
caso supuso una minucia comparado con las positivas consecuencias ciudadanas de
la película “Campeones” que en las menos de dos horas que dura consigue hacer
más por las personas con discapacidad que todas las subvenciones, leyes, decretos
y estrategias que aprobamos.
Pero, repito, no solo no hay que renunciar o sentirse
deprimido por los logros de fenómenos como “Campeones” sino que hay que
congratularse por que haya personas como Javier Fesser en el mundo, capaces de
poner en marcha cambios en el mundo con su solo talento.
En fin, regreso a Greta, para terminar. Porque además de sus
capacidades generales, se ha criticado su edad y cuestiones relativas a su
escolarización. Entonces me ha dado por recordar a otro adolescente, también
desescolarizado él. Uno que con quince años se escapó de su hogar y,
simplificando las vicisitudes sufridas (o disfrutadas), a los dieciséis inició
una tempestuosa relación sexual con cierto escritor diez años mayor que él,
casado y maltratador, que incluso llegó a pegarle un tiro al propio joven
amante, lo que no desalentó a nuestro citado adolescente para seguir una vida “disoluta”
de vagabundo, asiduo aficionado al ajenjo y el hachís, y que, con 19 años, dejó
escrito: “… que las ciudades se iluminen
en la noche. Mi jornada está hecha; dejo Europa. El aire marino quemará mis
pulmones; los climas perdidos me curtirán. Nadar, triturar la hierba, cazar,
fumar sobre todo; beber licores fuertes como el metal hirviente… Volveré con
miembros de hierro, la piel sombría, el ojo furioso: por mi máscara, se me
juzgará de una raza fuerte. Tendré oro; será vago y brutal…”.
En fin, mira que puede gustarle a uno Rimbaud, que es el
adolescente del que hablo, pero teniendo en cuenta que acabó dedicándose al
tráfico de armas y de esclavos, creo que me quedo con Greta, su desvalimiento y
su cartel.
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