Parece ya una constante histórica que los movimientos
reaccionarios se dediquen a entorpecer con pasión fundamentalista los posibles progresos
de los derechos humanos y que luego, pasados los años, entonen el “pío pío que
yo no he sido”, en especial cuando acaban por verse en la necesidad de servirse,
de aprovecharse de aquellos logros y avances sociales que, en sus inicios, torpedearon.
Entonces, con una pirueta de envidiable descaro, desparpajo y donosura se aplican
a sí mismos el divorcio, el aborto, el matrimonio homosexual. Que hasta llegas
a creerte que lo inventaron ellos.
Ahora, en los años que vienen, nos tocará asistir
estupefactos a sus manidas maniobras, en esta ocasión sobre la muerte digna. Ya
empezaron hace tres meses, cuando el Congreso aprobó que se tramite una Ley
Orgánica de Regulación de la Eutanasia. Eso fue solo el principio. Aunque ya se
apuntaron maneras con eméticas referencias de algunos al nazismo y la Solución
Final, sofisma sonrojador que olvida que una decisión personal tomada sobre uno
mismo nada tiene que ver con el asesinato de un humano sobre otro.
Pero vendrán más embates, cuando los fanáticos quieran
imponer sus prejuicios morales en la elección individual más trascendental que
imaginar se pueda. Del mismo modo que quisieron meterse en los dormitorios a
decidir por nosotros qué es y qué no es amor; en el salón familiar a imponernos
como verdad sagrada que la convivencia (conmorencia,
más bien) debe durar toda una vida, aunque sea con alguien que puede haberse
convertido en nuestra mayor turbación; igual ahora querrán introducirse de
rondón en nuestros lechos de muerte dispuestos a imponernos la idea de Novalis
de que el dolor constituye un motivo de perfección. Aplíqueselo usted, por
nosotros no se corte. Pero a mí déjeme morirme cuando quiera. Porque yo lo veo
como dijo Cicerón: “Privado como estoy de los consuelos familiares y de los
honores del foro, seguramente si hubiera muerto antes, la muerte me habría
sustraído de los males, no de los bienes”.
Hace casi trescientos años, en la Ilustración, algunos de los
pensadores más preclaros de la humanidad iniciaron un proceso secularizador que
ha sido uno de los movimientos más liberadores del hombre. Cuando se reivindicó
que la justicia no es un sirviente de la religión y que es inútil convertir al
Estado en una prisión conventual. Momento es ya de dejar al hombre elegir la
trascendental hora de su muerte.
Un penúltimo aviso para estos navegantes patrioteros hoy en
tan renovada y reforzada, como impostada y falsa, boga. Hago uso de la
dialéctica imperante en la servidumbre ideológica del capitalismo omnipresente.
Como recuerda Ramón Andrés en su “Semper Dolens” (Acantilado, 2015): “El que ha
decidido marchar [suicidarse] deja sus pertenencias a la sociedad, de modo que
es más reprochable la actitud del que se aparta de las fronteras, huye de un
país y se lleva contigo toda su hacienda”.
Concluyo con un soneto extraído de “Historia de los
heterodoxos españoles”, de Marcelino Menéndez Pelayo, autor que es incapaz de
privarse de añadir el siguiente comentario (habrá que ver los que nos inundarán
cuando se tramite la Ley de la Eutanasia en esta Legislatura). Dice don
Marcelino: “… propugnó sin reparos el materialismo… basó la doctrina de la
sumisión pasiva en un utilitarismo rastrero y de baja ley que hubiera
avergonzado al mismo Bentham… Oscuros poetastros difundían las ideas más antisociales
y extravagantes. En el Diario de Sevilla de 10 de noviembre de 1792 se publicó
este soneto en loor al suicidio, firmado con las iniciales E.A.D.B.”:
Si la vida es un bien, será la muerte
otro bien concedido a los mortales,
con que sales de penas y de males,
que acabarse no pueden de otra suerte.
Búscala el sabio, la procura el fuerte,
y los pechos más nobles y leales
hallaron su consuelo en los puñales
cuando mejor remedio no se advierte.
Catón se mata, Séneca y Petronio,
por salir de una vida ignominiosa
que ya les debe ser aborrecida.
De sabios nos dejaron testimonio;
porque morir así no fue otra cosa
que acabar con los males de la vida”.
(Imagen: Suicidios, de Leonardo Alenza)
No hay comentarios:
Publicar un comentario