You can fool all the people some of the time, and some of the people all the time,
but you cannot fool all the people all the time.
(Abraham Lincoln)

sábado, 6 de junio de 2020

La vergüenza colectiva


Hay una suerte (mala pero justa) de vergüenza colectiva que viene provocada por la responsabilidad de las sociedades como organismos vivos comunitarios.
Durante mucho tiempo se combatió esta interpretación. No niego su implacabilidad brutal, pero es la que corresponde. La maldad impera no solo por la actividad precisa de unos, sino por el desentendimiento de las inmensas mayorías.
Por eso, por ejemplo, Alemania como comunidad todavía debe purgar su responsabilidad por el nazismo. No quiere decir ello que una culpa como esa se extienda a lo largo de toda la historia futura de la Humanidad. Pero no es algo que se pueda llevar a los territorios del perdón y del olvido al menos mientras las generaciones que vivieron aquellos terribles años sigan siendo testigos del presente.
Así que también hoy hay que señalar otra responsabilidad y vergüenza colectivas proyectadas hacia un largo futuro. Las que recaen sin ningún género de duda sobre los Estados Unidos de Norteamérica.
Lo comento hoy, porque justo un día como éste se conmemora el 52 aniversario del asesinato de Robert Kennedy, ejecutado (sic), nada más proclamarse, literalmente, su victoria en las primarias demócratas como candidato a Presidente de EEUU.
No puede por tanto dejar de recordarse aquel año 1968, crucial en el siglo XX. Normalmente en Europa lo recordamos con un punto de optimismo por el Mayo del 68 parisiense. Pero la verdadera relevancia de tal año se produjo al otro lado del Atlántico y delimita el principio del fin de la democracia y el Estado del Bienestar como lo soñábamos.
Puestos a destacar la mancha colectiva estadounidense más vergonzosa, más incomprensible e inexplicable, esa es sin duda el segregacionismo. Que en plena posmodernidad se separara a hombres por el color de su piel en los autobuses, en los  colegios, en los cines; que se los insultara y amedrentara por las calles simplemente por beber de una fuente, es algo que produce un malestar físico insoportable, y un rechazo intelectual y moral que me hace pensar que los segregacionistas eran y son seres no dotados de características humanas sino animales.
Aquel 1968 fue el año en el que Martin Luther King Jr. fue asesinado. Siguiendo la espantosa estela de Malcolm X, tiroteado tres años antes; o Medgar Evers en el 63, poco meses antes del fusilamiento de JFK. (JFK, aquel baldío presidente que, pese a su injusta muerte, frustró antes todas nuestras expectativas, igual que años después haría, tristemente, Obama).
Aquel 1968 fue el año de una brutalidad policial sobrecogedora. Lo supimos por fin ya que por primera vez se pudo conocer al ser televisada en Chicago, Detrioit, Watts, y tantos otros lugares. Barbarie que medio siglo después no ceja. No, porque creo que el devenir de la humanidad hacia más elevadas cotas de progreso quedó paralizado en aquel crucial 1968 y no acaba de arrancar de nuevo.
1968, el año de la “Campaña por los pobres”, en tiempos en los que millones de estadounidenses dependían de comedores sociales para no sucumbir al hambre; cuando la amargamente famosa y fallida “Ciudad Resurrección”, un campamento de tiendas, se instaló en Washington y cuyas imágenes hoy recuerdan a los campos de refugiados de Sudán, más que a la capital del imperio universal.
El año en el que se arrojaban más bombas en Vietnam que en toda la II Guerra Mundial; el año en el que trabajadores afroamericanos se manifestaban llevando pancartas en las que se leía la obviedad no tan obvia para los fanáticos de aquella impostada Tierra de la Libertad, pancartas que decían: “I am a man” (soy un hombre); el año en que escuchamos elevarse en lucha las voces contra “el trabajo a tiempo completo con salarios a tiempo parcial”… Qué poco ha cambiado, digo, desde que en aquel 1968 todo se detuviera y empezara a retroceder con una especie de inercia reaccionaria que aún nos arrebata.
El año en que Nguyn Ngc Loan, el tristemente famoso general survietnamita, asesinó de un disparo en la cabeza en medio de una calle de Saigón a un prisionero esposado, brutal ejecución recogida con espanto por un cámara de la NBC.
El año en que Nixon, en su contienda por ganar las elecciones presidenciales (que finalmente conquistó por un puñado de votos sobre Hubert Humphrey), “autorizó” a Anna Chennault para entablar conversaciones secretas con Vietnam del Sur prometiéndoles recibir mayor ayuda y mejor trato bajo Nixon que lo sucedido con Lyndon B. Johnson, el entonces presidente de EEUU, que acababa de suspender los bombardeos sobre el Vietcong. Se ejecutó así un emético sabotaje de las conversaciones de paz de Vietnam en París. Ese penoso y facineroso tipo que fue Richard Nixon prefirió alargar la guerra, la muerte y la destrucción, incluso de sus propios compatriotas, para aprovecharse de ello en su campaña. En efecto, la suspensión de las negociaciones se interpretan justo como el último golpe de desgracia por el que Nixon ganó la presidencia. Las conversaciones de “paz” se reanudaron, curiosamente, justo cuatro días después de su toma de posesión como presidente…
1968… La ignominia perseguirá a la nación que pretendió ser líder del mundo en el último tercio del siglo XX. La inmundicia moral de hechos como estos lo atestigua.
La responsabilidad moral colectiva de los norteamericanos podrá algún día ser redimida. Pero pedir perdón es la primera condición. Después, el paso del tiempo y, como decía, la desaparición de los testigos presenciales permitirá pasar página.
Ello ocurrirá, como siempre en el pasado de la Historia. Pero sepan allá: me temo que para EEUU llegará cuando ya habrán dejado de ser la primera potencia mundial, desvencijado su efímero imperio.
En pocos años habremos desaparecido los testigos de sus muchas infamias. También su poder universal estará ya más que extinto. Entonces podrá ser olvidado doblemente por sus vergonzosos ejemplos: alcanzada ya la redención porque ese cercano día EEUU contará para muy poco en el devenir imparable de la Historia, desbancado por otro imperio mundial que, con bastante seguridad, usará palillos, no cubiertos.

(Fotografías: www.dcfpi.org / www.muyhistoria.es)

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